O de por qué para mí la quinoa en España
no es ecológica aunque tenga sello
Este será un post sobre quinoa boliviana, miso japonés y bayas de Goji del Tíbet entre muchas otras cosas. Con sello ecológico pero con huella ecológica de gigante, entre otros males. Tal vez (con suerte) herirá a algún naturista macrobiótico o afines, pero la idea es simplemente que lleve a la reflexión y al debate.
De las magdalenas industriales a la nutrición oriental,
y más allá
Hace 13 años mi compra estaba bastante más industrializada. Eran mis primeros tiempos fuera de casa de mi sabia madre y, aunque siempre he preferido la comida casera, nuestras compras eran un poco desastrosas. O, en palabras de mi hermana Costurilla, entonces comíamos magdalenas Martínez y éramos felices. No nos hacíamos tantas preguntas
Primero gané unos kilos con la gracia, así que la bollería y otras guarradas acabaron por salir de mi compra después de un tiempo. Luego tuve mi primera hija y comencé a cuidar todo mucho más. La pequeña de casa tuvo una temporada de enfermedades respiratorias (con una neumonía y varias pesadillas hospitalarias incluidas) y comenzamos a vernos con un médico homeópata que nos recomendó, entre otras cosas, una dieta. Nos pasamos una buena temporada sin comer lácteos, huevos o trigo. El azúcar aún no había entrado a su dieta. Por cierto, nunca conseguimos ninguna relación entre estos alimentos y su problema.
La vida es más que pan
En medio del agobio de tantas restricciones fue interesante descubrir todo lo que podíamos comer. Descubrimos, por ejemplo, la maravilla de la quinoa (pienso en su sabor y se me hace agua la boca), o del amaranto (que nunca aprendí a preparar), e incorporamos muchos productos nuevos a nuestra dieta.
Hice un curso de Dietética naturista y oriental que realmente me fascinó y nuevamente revolucionó mi forma de alimentarme. Siguieron varios cursos de cocina terapéutica que fueron ampliando mi despensa de una manera bárbara. Me hice una amante del miso, del tamari, adopté algunas algas japonesas y me enamoré de las ciruelas umeboshi, entre muchos otros productos de ultramar.
Pero con los años comencé a hacerme nuevas preguntas.
Bayas del Tíbet para el mundo
o cómo cuestioné lo aprendido
Creo que las bayas de Goji fueron las primeras en hacer saltar mis alarmas. Me parece inmoral comer como chuches milagrosas una fruta que al menos supuestamente sólo se puede producir en el Tíbet. Cuando empezó este boom, yo trabajaba en una tienda de alimentación bio y fue una verdadera locura; las vendíamos sin parar. Muchos pedían bayas de Goji ecológica porque comenzó a correr información sobre el nivel de contaminación de las que venían de China.
¿Cómo puede satisfacerse de una manera realmente ecológica una demanda tan voraz, si toda la producción está centrada en China (pronto lo supimos) y Nepal? ¿Y si realmente es un alimento importante en su lugar de origen (aunque hay quien dice que esto era directamente un timo), qué pasa con su consumo local? No creo que pueda ser una moda beneficiosa ni para el planeta, ni para la zona de producción. ¡Si hasta las grandes empresas de alimentos se apuntaron al carro!
Partiendo de ahí, cuestionarme el consumo de la quinoa, a pesar de sus espectaculares propiedades, fue cosa fácil. Este producto es el único del reino vegetal que tiene proteínas completas en cantidad significativa; no contiene gluten y es rico en hierro, entre muchos otros minerales. Dicen que era el alimento de los incas y su consumo ha aumentado de forma exponencial los últimos años con mucho más fundamento que las goji, así que no hace más que subir de precio.
Por darte un ejemplo, entre el año 1992 y 2010 el precio internacional de la quinoa se triplicó. Aunque el volumen producido aumenta año tras año, sólo el 10% de destina al comercio interno. Antes se lamentaban de que la quinoa era vista en Bolivia, su país de origen, como un alimento para pobres. Ahora en cambio, tal vez el alimento más nutritivo de la zona andina se ha convertido en un alimento de lujo gracias al furor internacional. Y sí, se ha hecho inaccesible para las personas que más lo necesitan.
En Europa la comemos sobre todo ecológica. Sin embargo, la realidad es que su consumo tan masivo favorece el monocultivo y el consecuente empobrecimiento del suelo, encarece el producto para sus consumidores naturales y, claro está, produce una huella de carbono inmensa en concepto de producción y transporte.
Si quieres comer quinoa y dormir con la conciencia más tranquila, elige al menos quinoa de comercio justo. He escrito un post en el que te damos algunas razones y, de paso, hablamos de otros tres alimentos que deberíamos comprar de comercio justo.
Si quieres saber más, puedes hacerte mecenas de Carro de Combate, que es un proyecto apasionante que busca que tomemos consciencia del poder de nuestro consumo. Ellas tienen planes de mecenazgo a partir de 10 euros anuales que te darán acceso a muchos trabajos interesantes, incluido un informe de combate sobre la quinoa. ¡Yo me acabo de hacer mecenas!
Local mejor que milagroso
A mi modo de ver, y aunque pueda resultar contradictorio en estos tiempos globalizados en los que es posible consumir productos de cualquier lugar del mundo con inmensa facilidad, nos toca buscar la forma de restringir nuestro consumo a lo local, al menos en la medida de lo posible. No podemos querer cuidarnos a nosotros si nuestro consumo está atacando la integridad del planeta. No tiene sentido para mí una dieta que depende de una gran lista de productos exóticos. De hecho se contradice con uno de los principios básicos de la misma alimentación oriental: la tierra nos da en cada momento lo que necesitamos.
En cualquier caso, no podemos comer quinoa boliviana como si fuera arroz. Y el arroz basmati, por cierto, será delicioso, pero tal vez tengamos que dar más prioridad a las variedades que se cultivan más cerca de casa, siempre que sea posible. Por no hablar de que ganaríamos más en materia de salud y de sostenibilidad reduciendo drásticamente nuestro consumo de alimentos de origen animal.
Desde luego, no sólo los súperalimentos exóticos de moda tienen una huella ecológica importante. De hecho, el problema es mucho más grave con otros productos básicos que consumimos a diario y en mayores cantidades, sin tener idea de los kilómetros que rescorren hasta llegar a nuestra mesa. Pero hacía tiempo que quería abrir el debate sobre estos alimentos kilométricos que se consumen con tanto fervor entre personas de gran sensibilidad por los temas de sostenibilidad.
Una vez una amiga a la que adoro me respondió a mi «charla sobre la quinoa», que si usamos zapatillas Adidas producidas por niños, lo mismo daba que comiéramos quinoa, queriendo darme a entender que es inevitable luchar contra estas desigualdades y aberraciones del sistema. Yo, ya lo sabes, estoy convencida de que sí, de que nuestras decisiones de compra y consumo tienen una influencia determinante.
Porque si todos decidiéramos dejar de comprar Adidas, las cosas cambiarían.
Antes de despedirme sólo aclaro que, como siempre, este no es un post para lanzar acusaciones, sino para despertar dudas e inspirarte a cuestionar ciertos hábitos, con la convicción de que tenemos el poder de marcar la diferencia muy lejos de casa. Es un post escrito desde la más pura intuición, así que se agradecen toda clase de comentarios que puedan ayudar a enriquecerlo. ¡Hasta la próxima!
Porque hay muchas cosas maravillosas
en este mundo
y a mí me encanta compartirlas
Cada 15 días escribo una carta en la que comparto un popurrí de cosas que creo que deberías conocer, porque son buenas para la Tierra o porque son buenas para ti.
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