A algunos nos ha dado por creer que es posible vivir de un modo diferente. Hay quienes se lanzan a aventuras arriesgadas, y desafían sistemas y fuerzas de la naturaleza, mientras otros somos más cautos, cómodos y comedidos, y nos limitamos a leer y, en algunos casos, hasta hablar o escribir sobre los cambios de paradigmas que creemos necesarios para salvar al planeta.
Pero la mayoría de los que estamos en estos menesteres, ya sea hasta el cuello o hasta los tobillos, nacimos antes de que hubiera consciencia del impacto ambiental que pueden ocasionar nuestros actos. Y es que somos hijos de la «modernidad» en términos industriales, aunque poco a poco vamos aprendiendo que el plástico y los productos desechables no son una maravilla, redescubrimos la gracia de compartir ciertas cosas, tomamos consciencia del uso del agua y la electricidad más allá de su coste económico, analizamos la cantidad de desperdicios que generamos, la contaminación que producen y la forma de reducirlos, aprendemos la diferencia entre los productos ecológicos y los producidos de manera industrial…
Vamos desaprendiendo muchas cosas y aprendiendo muchas otras. Vamos rompiendo nuestros propios paradigmas lo mejor que podemos, porque estamos en un continuo proceso de revisión y aprendizaje.
Mientras tanto, durante los últimos cuarenta años (que a mucha honra es casi mi edad) la huella ecológica de la humanidad se ha doblado. De este modo, a veces parece que el proceso es tan lento, que es imposible ganar la partida a nuestro poder destructivo y lograr un verdadero desarrollo sostenible. Ojalá pudiéramos comenzar desde cero
¿Y es posible?
Hace unos días una querida amiga me comentaba que su pareja se estresaba mucho cuando le preguntaba a su hija, que ahora tiene 8 años, qué habían hecho en la escuela y ella le explicaba que habían pintado, cantado canciones y trabajado en el huerto. Me explicó que él preferiría que le hablara de problemas matemáticos y clases de gramática, y yo pensé que, más allá de que reivindico el juego como forma de aprendizaje, efectivamente la acción más ecológica y sostenible que podemos llevar a cabo es asegurarnos de que nuestros niños (los de todos) crezcan con una mejor sensibilidad medioambiental.
Y el mensaje de este post no es más que la reafirmación de que tenemos la obligación de garantizar a la infancia de hoy, que es el futuro, la educación ambiental que nosotros no pudimos tener porque cuando éramos unos niños el mundo aún no sabía lo que estaba pasando. Ahora ya no hay excusas. Es el momento de crear la base necesaria para cambiar el curso de la humanidad, porque se nos acaban las oportunidades. Y ya sabes que este blog existe porque estoy firmemente convencida de que esta renovación es posible. Pero tenemos que lograrlo entre todos. Yo, por mi parte, intentaré realizar más acciones en este sentido y en mi propia comunidad, y tú, por ejemplo, podrías compartir esta entrada en tus redes ¿verdad? 🙂
¡Feliz fin de semana!
Porque hay muchas cosas maravillosas
en este mundo
y a mí me encanta compartirlas
Cada 15 días escribo una carta en la que comparto un popurrí de cosas que creo que deberías conocer, porque son buenas para la Tierra o porque son buenas para ti.
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