Hace algunas semanas recibí un mensaje de un proyecto llamado Apadrina cirerers (apadrina cerezos) que me llegó directo al corazón. Y no solo porque las cerezas son uno mis vicios del verano, están llenas de propiedades interesantes y son una de las maravillas del mediterráneo que no se disfrutan, ni ahora, ni en los mejores tiempos, en mi lejana Venezuela.
¿Quieres vivir la ilusión de que tienes un cerezo en medio del verdor más fulgurante del campo?, ¿hacer, de vez en cuando, un picnic a su sombra y ver si corres con la suerte de encontrarte ahí, agazapados, unos cuantos espárragos trigueros? ¿Quieres disfrutar de unas cerezas presuntamente deliciosas* y pseudo-ecológicas**, recogidas del árbol por tus propias manos?
* presuntamente deliciosas porque no las he probado aún pero, visto lo visto, apostaría a que tienen todo necesario para estar buenísimas.
** pseudo-ecológicas ya que están respaldadas por la palabra de un payés amable que asegura no han visto químico en su vida, aunque él prefiere llamarlas naturales para que nadie le cobre por hacer las cosas mejor que otros.
Si la respuesta a las preguntas anteriores es sí, tengo lo que necesitas. Es el proyecto Apadrina cirerers.
Begues, entorno cautivador
Begues es un municipio que forma parte del macizo del Garraf. Está a unos 20 kilómetros de Barcelona pero, por su altitud (unos 400 metros sobre el nivel del mar) y por la barrera que forman las montañas que le rodean, es un lugar con un microclima especialmente húmedo y de impresionante verdor. Mauricio y yo ya tenemos 14 años en Barcelona pero nunca habíamos estado en la zona y nos sorprendió el color intenso que domina por donde miras y los enormes árboles que se ven incluso en el mismo pueblo. Ahí, en este hermoso lugar, los hermanos Viçens y Martí tienen más de 500 cerezos buscando padrinos.
Del cultivo tradicional
a la permacultura
En Semana Santa tuvimos el gustazo de conocer a Viçens y a sus árboles, que entonces ya se despedían de las flores y comenzaban a lucir pequeñas cerezas. El payés nos contó, mientras caminábamos entre los protagonistas de esta historia, que estos cerezos no siempre fueron tan felices. En los tiempos de su padre se cuidaban con todos los recursos artificiales que nos han hecho creer indispensables, pero nuestro anfitrión ya entonces observaba que los plaguicidas acababan no sólo con la plaga sino también con sus depredadores naturales, lo que hacía que cada vez necesitaran mayores cantidades de químicos (que el primero que se traga en enormes cantidades es, claro está, el agricultor). Así que cuando Viçens y Jaume se hicieron cargo del lugar, hace unos siete años, decidieron dejar atrás todos los químicos e iniciaron una transformación muy parecida a la que vivió Vinyols Camp al lanzarse al cultivo orgánico.
En un comienzo utilizaron, por ejemplo, plaguicidas ecológicos pero se dieron cuenta de que, aunque los productos fueran más sostenibles ambientalmente hablando, igualmente violentaban el equilibrio de la naturaleza. Comenzaron a investigar y se empaparon de los principios de la permacultura. Aprendieron sobre la importancia de respetar al ecosistema del lugar, que pronto se reactivó.
Ahora prácticamente solo trabajan la tierra para que pueda retener el agua, podan los árboles y los tapan con una malla para protegerlos de los pájaros cuando la fruta aparece y cuidan de las necesarias abejas que se encargan de polinizarlos y, de paso, les dejan buena miel. Si alguna vez cae alguna plaga, no intervienen porque confían en que el entorno natural que han logrado no permitirá que se extienda.
Cómo y por qué ser padrino de un cerezo
Una vez hecha la transición a las cerezas ecológicas (perdón, quería decir pseudo-ecológicas), descubrieron, en primer lugar, que su producto ya no era competitivo en el mercado convencional (Mercabarna), porque las cerezas de producción industrial son mucho más vistosas, (aunque menos sabrosas), buscadas y económicas. Consideraron obtener la certificación ecológica, pero decidieron no hacer la importante inversión que requiere y, finalmente, en una apuesta por mantener el negocio que les mueve el alma, llegaron al modelo de Apadrina cirereres, que funciona desde hace tres años y les permite ahorrarse los costes de cosecha, transporte e intermediarios.
La contribución para apadrinar un cerezo es de 35 euros anuales y se reduce progresivamente si se apadrian más árboles. Puedes llevarte a casa (o a tu cooperativa de consumo, por ejemplo) entre siete y diez kilos de fruta por cada árbol apadrinado, dependiendo de lo que designe la sabia naturaleza. La cosecha es entre mayo y junio.
Se trata de un proyecto que no sólo ha logrado salvar a unos árboles perfectamente productivos del abandono, sino que además tiene la función social de permitirnos a nosotros, los ecocosmopolitas de los alrededores, acercarnos al campo, apreciar la importancia de cuidar la tierra de una forma respetuosa y amable, vivir la experiencia única de recoger su fruto y resintonizar con algo muy básico y a la vez ajeno a nuestras vidas cotidianas.
Venga. Si estás cerca, no te lo piensas más. Aquí te dejo el enlace a la página desde la que puedes enviar tu solicitud cuando te animes.
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