Amanda nació el caluroso 9 de julio del 2010. Llegó al mundo en nuestra habitación, tras un larguísimo trabajo de parto. Esa misma noche dormimos abrazados en mi cama los cuatro: ella, recién nacida; Abril, de cuatro años; Mauricio, el mejor compañero de parto, y yo, agotada y feliz.
Amanda no quiso salir de mis brazos en tres días. No pasaba nada. Yo ya sabía que en ese momento no había nada más importante que darle calor y estar ahí para ella.
Por cierto, dormía mucho y costaba un poco hacerle mamar, pero «seguramente era cuestión de arreglar la postura» e Inma, nuestra gran comadrona, nos ayudaría con eso. Además, yo ya tenía mucha experiencia en lactancia.
Abril, la lactancia feliz
Para el parto de Abril cuestioné pocas cosas o me conformé con respuestas muy simples. Fui a una clínica privada gracias a mi seguro privado, muy confiada en el sistema.
No fue un buen parto. Aún hoy me duele, cuando lo recuerdo. Recibí infinidad de humillaciones y malas prácticas obstétricas que no contaré aquí porque basta leer cualquier típico parto medicalizado y añadirle la presencia de una comadrona un poco sádica para hacerte una idea. Así que, como es tan habitual en estos casos, acabamos en cesárea.
Para mi desesperación, solo me mostraron a mi bebé cuando estaba totalmente lavada y vestida, y tuvieron la bondad de desatarme una mano (sí, me ataron las manos porque yo temblaba muchísimo con la anestesia) para dejarme acariciar su rostro antes de llevársela a «observación».
A pesar de todos mis ruegos, no la volví a ver hasta cinco horas después. No les venía bien a las enfermeras, entre cambios de turnos y rutinas de madrugada, llevarle a esta madre primeriza a su bebé recién nacida, que casi no había visto. Yo, a pesar de la cesárea, estuve a punto de lanzarme a gritar por los pasillos.
Al amanecer, tras una noche de agonía por tener a Abril en brazos, finalmente apareció una enfermera con mi bebé, me la puso en brazos, y esa cosita pequeña y hermosa que habían arrancado de mi cuerpo empezó a mamar como si lo hubiera hecho toda la vida. No tuve una sola grieta y Abril tomó pecho como una campeona hasta casi los cuatro años, cuando yo ya estaba bastante embarazada de nuevo y ella misma lo dejó.
Abril no tuvo el nacimiento que queríamos, pero tal vez necesitábamos vivirlo como fue, para romper muchos paradigmas que traíamos a cuestas. Abril nos enseñó tantas, pero tantas cosas. Y tuvo una lactancia tan feliz.
Amanda, yo también quiero parir
El nacimiento de Amanda fue asistido por Inma Marcos -amiga y comadrona de referencia en parto en casa y lactancia materna-, y Vanessa Brocard, que entonces aún estaba haciendo sus prácticas de doula y fue un absoluto bálsamo para el espíritu y el cuerpo.
Mauricio fue mi apoyo en todos los sentidos y Abril estuvo casi todo el día de parto con mi amiga Eva, Alex y familia. Cuando sentí que coronaba, después de horas de un difícil trabajo de parto, grité “¡traigan a Abril ya!”.
Aunque no lo vi, tengo grabada en mi mente la imagen de Alex corriendo con Abril en caballito, ella con un lindo vestido blanco y dos coletas. Para mí era tan importante que ella compartiera el momento con nosotros y aprendiera que hay otra forma de nacer, como que la bebé tuviera una llegada al mundo digna y respetada.
Abril llegó a tiempo para ver cómo Amanda salía de mi cuerpo y, con una sonrisa inexplicable en el rostro, le hizo su primera caricia y le dio su primer beso, mientras Mauricio y yo, inmóviles, derramábamos lágrimas de emoción y aún buscábamos torpemente nuestras primeras reacciones de cariño.
El cordón umbilical era tan corto que Amanda no llegaba al pecho. Cuando dejó de latir, Mauricio lo cortó. Amanda, aun llena de toda clase de fluidos, mamó tranquila a los pocos minutos, con esa mirada única de un bebé que acaba de nacer y que quiere capturar toda la realidad que le salta encima en un instante.
Todo estaba dado para que fuera la lactancia perfecta, pero las cosas no siempre salen como las tenemos planeadas.
Amanda nació el viernes por la noche; el sábado nos visitaron Inma y el propio Carlos González -eminencia a la que admirábamos infinitamente- y todo estaba perfectamente.
Al día siguiente noté que Amanda dormía demasiado y me costaba hacerla mamar.
48 horas después de la última visita, el lunes, llegó Inma y comprobó que Amanda había perdido demasiado peso en esas pocas horas. Yo tendría que sacarme leche cada tres horas para activar la producción y darle con una cucharilla cada gota que saliera. El resto del tiempo, al pecho.
Las cosas no mejoraron fácilmente. Cada vez era más difícil mantenerla al pecho despierta por más de un minuto, así que al día siguiente había bajado de peso de forma tan alarmante que Inma (¡icono de la lactancia!) envió a Mauro por leche de fórmula. Amanda debía tomar cada tres horas no sé cuántas onzas de leche. «No importa si es tuya, de bote o de la vecina, pero tienes que dársela con jeringa y ver que se tome hasta la última gota. Y tú, sigues con el sacaleche cada tres horas y te pones la nena en el pecho el tiempo restante.”
Todo ese maravilloso baño de hormonas que me empapaba desde hacía tres días se escabulló entre mis lágrimas.
Lloré desconsoladamente, de esa forma que sólo una mujer que ha vivido algo similar puede entender.
La situación me superaba pero yo tenía que amamantar a Amanda, ¿cómo podía pasarme eso a mí, que había amamantado durante cuatro años, que había ayudado a mis amigas con sus bebés, que había leído tanto y que incluso había hecho la formación en lactancia materna más importante de Cataluña?
Familia de leche
Antes de irse a casa, Inma, que también estaba amamantando a su bebé de un año , se sacó un poco de leche que alcanzó para una toma. La siguiente la completamos con fórmula. Le conté entre llantos a mi amiga Amparo, que me llamó por teléfono. Ella también tenía una bebé muy pequeña, Isis, su tercera hija. Estaba pensando en la siguiente dosis de fórmula cuando sonó el timbre.
Era de nuevo Alex, que traía leche de Eva, que aun amamantaba a Mateu. ¡Fue tan conmovedor! Cerramos la puerta pero volvieron a llamar. Era Clement, con leche de Marta, otra amiga y compañera de aventuras maternales, que entonces amamantaba a Iris.
Amparo había dado voces rápidamente y se había activado a un comité de emergencia.
Por la mañana siguiente llegó Anita de Madrid, que al enterarse de la situación cogió el primer tren que pudo y se plantó en casa durante dos semanas para ayudar como la más cariñosa, silenciosa y oportuna de las madres. Mientras Anita aun se instalaba, apareció Eva y me trajo más leche y, al rato llegó la misma Marta, que también hizo una visita discreta y nos dejó nuevas reservas.
Hacia el mediodía apareció Amparo para averiguar cómo era eso de sacarse leche con un aparato. No tuvo éxito, porque jamás había necesitado sacarse leche a pesar de haber amamantado a tres peques.
Pero Amparo también traía dos botes de leche: uno de otra amiga, que también se llama Eva y estaba lactando a Joan, y otro de Cris, que entonces daba pecho a Miguel y que dos años después se convertiría en educadora de Amanda en la escuelita más bella y libre que ha conocido nunca el barrio del Clot.
Mi cuerpo comenzó a reaccionar pronto pero necesitaba la leche de mis amigas para completar las tomas (y probablemente también necesitaba la oxitocina de su solidaridad y sororidad infinita).
No sé si esa misma tarde o al día siguiente, cuando comenzaba a acabarse la leche de estas súper mamás (espero no olvidarme de nadie más), llamó Inma. “Voy camino a tu casa con dos litros de leche de dos mamás en postparto que acabo de visitar”. No me lo podía creer.
Cuando días después se agotaba esta última donación silenciosa, ya yo producía suficiente leche y a buen ritmo. Así que finalmente, y gracias a esta red maravillosa de mujeres que se tejió para arroparnos, sólo usamos la leche de fórmula para la primera toma.
Por cierto, tras 24 horas de tomas controladas, Amanda ya ganaba peso y estaba mucho más despierta.
Toma nota si te preguntas cómo aumentar la producción de leche materna. Lo mejor para estimular la subida de la leche o aumentar su producción es la succión del bebé. Lo siguiente, el uso consecuente del sacaleche. Y no menos importante: tener a tu lado a alguien que realmente sepa sobre lactancia materna. ¿Sabías que incluso una madre en adopción, que no ha pasado por un embarazo, puede amamantar a su bebé si estimula la producción con un sacaleche y cuenta con el apoyo adecuado?
Todo se transforma
Jamás me he sentido tan apoyada. Anita y Mauro se alternaban para alimentar a Amanda con la jeringa, cuidar a Abril y cocinar mientras yo me sacaba la leche entre cada toma, fuera de día o de noche, y luego intentaba hacer que la bebé mamara.
Era un caos y estábamos agotados pero me abandoné a la suave caricia de toda esa silenciosa red de amigos que estaban en el lugar justo, ayudando tanto en un momento tan difícil. Era maravilloso saber que podía aislarme de todo con mi bebé y dejarme arropar. Y todo fue bien.
Amanda cogió fuerzas, logró una succión efectiva y poco a poco retiramos todas las tomas asistidas. Un mes después estábamos de camping en Vinyols durmiendo los cuatro en una tienda de campaña y recordando toda esa experiencia como un lejano sueño.
Desde entonces puedo encontrarme a veces triste o perdida, pero jamás sola. Mi familia se ha multiplicado. Alguna vez dije que Abril me regaló la conexión con mis instintos y con la Tierra. Amanda me hizo otro gran regalo: me enseñó a recibir ayuda con la certeza de que la vida siempre te permite devolver aquello que has recibido. Como dice Jorge Drexler, nada se pierde, todo se transforma.
Desde Alba Lactancia Materna, Alba Padró (creadora de Lactapp) me ayudó a aclarar infinidad de dudas en el día a día de la lactancia con mis dos bebés. Si tienes problemas o dudas, ponte en contacto con ellas porque realmente es una bendición contar con su apoyo.
Perdona (¡si has llegado aquí!) por salirme de la ecología, pero son licencias que se toma una madre bloguera en el cumpleaños de su cachorra. Además, como bien explica mi Tere, la lactancia también tiene mucho que ver con sostenibilidad.
Y ahora, cuéntame tú, ¿has dado pecho? ¿Darías tu leche al bebé de una amiga, o le darías tu bebé la leche de otra mujer?
Porque hay muchas cosas maravillosas
en este mundo
y a mí me encanta compartirlas
Cada 15 días escribo una carta en la que comparto un popurrí de cosas que creo que deberías conocer, porque son buenas para la Tierra o porque son buenas para ti.
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