Ya casi rozamos los 40 días en confinamiento y aún queda quién sabe cuánto. Durante estas semanas de cuarentena por el coronavirus, el mundo se ha transformado. Parece que hoy nada es lo que era tan solo el mes pasado.
Sin lugar a dudas, recordaremos lo vivido durante en resto de nuestras vidas y, si los tenemos, nuestros nietos escucharán infinitamente nuestras anécdotas de pandemia.
Ojalá que también les hablemos de las grandes lecciones que nos dejó este proceso tan doloroso. Así al menos nos quedaría algo.
Hoy de celebra el Día de la Tierra. Y un día cómo hoy, cualquiera capaz de ver la necesidad de un nuevo modelo de vida más sostenible, encuentra infinitas relaciones entre el coronavirus y el cambio climático; entre la crisis sanitaria y la crisis ambiental.
Yo, personalmente, necesitaba escribir sobre todo esto.
Nuestro mundo patas arriba
Al confinarnos a casa, el coronavirus no sólo nos ha impedido salir a la calle. También ha condicionadola forma en la que trabajamos (o no), las dinámicas familiares, la forma de relacionarnos con los amigos, nuestros patrones de consumo y ocio… ¡Cada faceta de nuestra vida!
Sobre todo, el coronavirus le ha dado una vuelta total a nuestras prioridades.
Tal vez cambiarías ese viaje que venías cocinando a fuego lento desde hace meses por la oportunidad abrazar, ahora mismo, a tu madre. Las reuniones virtuales con la familia, de pronto son el gran evento de la semana.
En mi casa, a pesar de que todos, niñas incluidas, tenemos mucho trabajo, hemos plantado hasta los tomates que comemos, desempolvado lápices de colores y acuarelas, preparado vinagre de manzana, yogur y germinados y hasta ha revivido una vieja masa madre para hacer maravillosos panes. Esas pequeñas cosas, sumadas a los desayunos y comidas en familia, las películas en el sofá, o las partidas de Parchís nos han dado momentos de verdadera felicidad. Una felicidad con un nuevo sentido.
Somos parte de un todo
También nos hemos dado de cabeza contra una verdad inmensa: el efecto mariposa está ahí esperando por nuestro aleteo. Cada acto individual puede tener unas repercusiones inmensas en la otra punta del mundo, porque todo en este planeta está relacionado. Formamos parte de una red y al tirar en una dirección, todo se sale de sitio.
Los seres vivos somos interdependientes. Y en el caso de los humanos tenemos la responsabilidad inmensa de actuar con el bien común como brújula.
Es lo que llamamos responsabilidad colectiva.
En su nombre, y para proteger a las personas más vulnerables, en el mundo entero se están haciendo sacrificios que hace pocas semanas hubieran sido impensables.
Ha valido la pena, porque según un estudio sobre el coronavirus realizado por el Imperial College de Londres, solo en España se ha logrado salvar la vida de 16.000 personas. (Lo comparto porque, a mí, leer estos datos me hace más ligero el confinamiento.)
Una reflexión sobre economía,
salud y medio ambiente
En estos días he escuchado decir varias veces, en el contexto de la crisis del coronavirus, que hay un falso dilema entre salud y economía. Por una parte, dando a entender que para que la economía vaya bien, tenemos que acabar con la pandemia. También en el sentido de que, en muchos países, simplemente hay que proteger a las personas y pequeñas empresas del golpe económico aplicando políticas económicas de contención adecuadas.
Seguramente ambas ideas son ciertas.
Y yo no puedo evitar pensar en el falso dilema que, también, se plantean los líderes mundiales y sus gobiernos entre medio ambiente y economía, desde hace décadas. Un dilema en el que, una y otra vez, la economía siempre «gana».
Tan errado como anteponer la economía a la salud . ¿Porque, qué sentido tiene una economía que no vela por el bien común, por el bienestar de las personas y por la conservación de este planeta? ¿No es económicamente necesario proteger el planeta que nos proporciona todos los recursos que necesitamos para vivir (y para hacer negocios)? ¿Qué pasará con la economía si acabamos con nuestra única casa posible (al menos de momento)?
Desde luego, lo caro es no tomar las medidas necesarias para proteger al planeta y a las personas, aunque a corto plazo parezca un ahorro. A quien no quiera verlo hoy, ya se lo demostrará el tiempo.
Nosotros nos confinamos,
pero la Tierra respira
Es así. Nuestro futuro es más incierto que nunca; sentimos miedo por nosotros y sobre todo sentimos miedo por las personas más vulnerables. Tal vez la enfermedad se ha llevado a seres queridos.
Paradójicamente, todo esto que es tan duro para la humanidad, es en cambio un respiro para el planeta.
Las medidas de contención del coronavirus se han traducido en la casi total paralización de la producción industrial, la reducción drástica de uso de medios de transporte urbanos y de los vuelos, así como la disminución en el consumo. Entre otras cosas, el precio del petróleo se ha desplomado de tal forma, que esta semana se cotizaba en negativo por primera vez en la historia. El grito de keep it on the ground de los ecologistas de pronto parece que cobra vida.
Y es que estas medidas que han llegado de forma abrupta en nombre de la salud, se mueven precisamente en la dirección que nos pide la ciencia desde hace años. Por eso un artículo de National Geographic de hace pocas semanas afirmaba que el planeta es el principal beneficiado por el coronavirus. Estos son algunos datos que compartía:
- Las emisiones de CO2 cayeron (temporalmente) en China en un 25% durante 4 semanas y se registró un drástico descenso en las emisiones de dióxido de nitrógeno.
- Datos del satélite Sentinel 5P también revelan una importante reducción en las emisiones de dióxido de nitrógeno en Italia, especialmente en el norte.
- Barcelona ha reducido el CO2 hasta un 75% respecto a su nivel habitual y el dióxido de nitrógeno entre un 70 y un 80%.
Un artículo de El País, publicado el 12 de abril, detalla como el confinamiento impuesto por el coronavirus ha reducido a la mitad la contaminación en las 80 ciudades más grandes de España.
El precio para esta «limpieza de nuestro aire» ha sido más que caro. Ahora bien, recordemos que la contaminación mata a unas 800.000 personas cada año solo en Europa. También se ha hablado de que en ambiéntes más contaminados, el riesgo de complicaciones frente al coronavirus es mayor.
En el artículo de National Geographic, también nos hablan de una naturaleza que se atreve a adentrarse a las ciudades, hoy más apacibles. Lo hemos visto en las redes sociales: ciervos que pasean tan tranquilos por la mitad de la ciudad de Nara, en Japón; jabalíes que cada vez se aventuran más confiados por las calles de Barcelona o las aguas de Venecia dejando ver el fondo, por primera vez en muchísimo tiempo, bajo el agua cristalina.
Yo salgo entre una y dos veces a la seman, en bici, a atender los pedidos más urgentes de nuestra tienda online Usar y Reusar Cooperativa. El primer día que volví a recorrer la Avenida Meridiana en bici, después de un par de semanas, me quedé atontada viendo todas las flores que, impávidas y fragantes, asistían a la cita de la primavera.
Los últimos días me he dado cuenta de que, además, las abejas acampan a sus anchas, en medio de los 8 carriles de coche de la avenida Meridiana.El aire que respiramos -habitualmente mucho más contaminado-, los coches, reducidos en número,y el viento estos que producen al pasar a toda velocidad,ya no las espantan.
Lo cierto es saldremos de nuestras casas de nuevo. Y millones de personas en todas partes del mundo volvarán a sus coches. Y a sus puestos de trabajo, a hacer que toda la maquinaria industrial vuelva a su actividad «normal».
Las abejas volverán a alejarse de la Meridiana, de nuestras calles, de nuestras ciudades. Y los seres humanos nos sentiremos más seguros sin darnos cuenta, seguramente, de que ellas de nuevo han volado lejos. A arrinconarse de nuevo, igual que los jabalíes, los ciervos y los zorros.
O, tal vez, seremos capaces de recordar el poderoso mensaje que nos ha traído el coronavirus.
Lecciones del coronavirus para la crisis climática
El coronavirus nos ha llevado a la mayor crisis después de la Segunda Guerra Mundial, según Antonio Guterres, secretario general de la ONU.
Es cierto. Pero no podemos obviar el hecho de que desde hace décadas nos adentramos cada vez más en otra crisis. Una mucho más grave, implacable, profunda y difícil de contener.
La ciencia lleva años diciéndonos que el cambio climático es una amenaza real para la vida de todos los seres vivos. La peor a la que nos hayamos enfrentado jamás. Un estudio de 2014 calculaba que entre 2030 y 2050 el cambio climático causará, de forma directa e indirecta, 250.000 muertes humanas adicionales cada año entre 2030 y 2050.
Creo que podamos hacer algunas reflexiones para que la tragedia nos deje algún legado, además del dolor. Me atrevo a formular algunas que me han pasado por la mente estos días.
- El coronavirus nos ha demostrado que podemos reducir drásticamente la quema de hidrocarburos y, así, las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático.
Evidentemente, la realidad actual se alargará pero no será eterna. Ojalá nuestros gobernantes sean capaces de incluir en sus planes de reactivación económica medidas para mantener bajo control el coronavirus y también las emisiones. - Así como hace mucho que la ciencia nos advierte sobre la emergencia climática, también venía advirtiendo sobre la amenaza de una nueva gran pandemia. Y aunque tal vez era imposible evitar la pandemia, se ha debido tomar mayores precauciones. Urge escuchar a la comunidad científica y seguir la línea que esta aconseja. Llámese mejorar la sanidad pública o invertir en energías renovables.. Ojalá nuestras naciones reconozcan la importancia de escuchar a la ciencia, y dejen de posponer las medidas urgentes
- La emergencia climática afecta a todos los seres vivientes pero, tal como el coronavirus, afecta con más virulencia y en primer lugar a los más vulnerables. Por ejemplo, a personas con problemas de salud o colectivos con menores recursos económicos. Por eso los líderes mundiales tienen un enorme compromiso frente a las naciones más pobres. Ojalá los países más desarrollados sepan actuar con criterios de justicia social frente a las naciones más desfavorecidas, tanto en lo que se refiere a coronavirus, como en lo que se refiere al cambio climático.
Por si quieres profundizar en el concepto de la justicia climática, te invito a escuchar el segundo episodio del podcast Orgullo Terrícola, en el que hablamos de justicia climática, además desde una perspectiva de género.
- La globalización ha sido la principal responsable, también, de que no contemos con el material sanitario necesario después de semanas y semanas. ¡Claro, si mascarillas, batas, y absolutamente todo se produce en China! Mientras tanto, el sector textil en Europa está cada vez más contraído y agonizante.Igual que el sector productivo en general. Estos días he visto a muchos pequeños talleres arremangarse a fabricar estos productos de primera necesidad. Ojalá nuestros gobiernos recuerden mañana la importancia de estimular la producción local. Algo que también se traduce en más trabajo, menos emisiones de gases de efecto invernadero y, además, en un fortalecimiento de nuestras economías.
- Sabemos que el coronavirus es una zoonosis. Es decir, una enfermedad que se transmite a los humanos a partir de animales. Y que este «salto» se facilita por las formas de cría masiva de animales para el consumo humano y por la destrucción de la biodiversidad. Cada vez somos más humanos, consumiendo más alimentos y, especialmente, más alimentos de origen animal. Así que el riesgo de pandemias de origen zoonótico es cada vez más alto. Y sí, la cría de animales para el consumo humano también es una de las principales causas del cambio climático, entre otros problemas ambientales. Ojalá sepamos escuchar las señales que nos brinda el reino animal y logremos tratar con mayor empatía y respeto a los otros seres vivos con los que compartimos mundo.
Coronavirus y vida sostenible
Más allá de las políticas públicas tanto nacionales como internacionales, creo que nosotras, las personas de calle, también tenemos mucho que aprender de la crisis sanitaria del coronavirus. Y a niveles muy profundos, que tienen que ver no solo con sostenibilidad sino, me atrevería a decir, con algo tan amplio como el sentido de la vida.
- Hemos descubierto que nuestra capacidad de adaptación es sorprendente. Ante una situación de emergencia inédita para nuestras generaciones, en pocas semanas hemos cambiado nuestras vidas, en todos los ámbitos, de forma radical. Ojalá tengamos la sensibilidad e inteligencia necesarias para adaptarnos, de una vez, al inmenso reto que representa el cambio climático y minimizar el impacto ambiental de nuestras vidas.
- Nos hemos demostrado que somos capaces de asumir compromisos increíbles en nombre de la solidaridad. Ojalá sepamos hacer uso de esa misma solidaridad (y empatía) en términos de responsabilidad ambiental con el resto de la humanidad y, más aún, con otros seres. Porque tal vez el cambio climático no es un problema tangible para nosotras hoy, pero sí lo es para muchísimos otros habitantes de este planeta, y lo será para cada vez más personas.
- También hemos visto colas de hasta una hora para entrar a un supermercado, o hemos sabido que Amazon contrata nuevos empleados (100 mil en USA). Al mismo tiempo, las pequeñas tiendas de barrio de alimentación de barrio han visto sus ingresos caer de forma estrepitosa. Por no hablar de otros comercios, que se considera que no son de primera necesidad, o de la pequeña restauración, obligados a cerrar del todo. Ojalá también mostremos solidaridad con pequeñas empresas y emprendedores, que necesitan nuestro apoyo. Porque si no, acabarán desapareciendo, mientras los gigantes salen aún más fortalecidos.
- Creo que muchas personas hemos constatado algo que, aunque ya sabíamos, a veces olvidamos: necesitamos mucho menos de lo que creemos. Las cosas realmente importantes en nuestras vidas no se venden en las tiendas; y son, por ejemplo, los momentos vividos, la familia y los amigos, o una caminata en contacto con la naturaleza. Ojalá seamos capaces de replantearnos de forma colectiva y profunda cuáles son nuestras verdaderas necesidades. Si lo logramos, no sólo viviremos de forma más sostenible sino que, además, seremos más felices. De eso hablábamos en el tercer episodio de Orgullo Terrícola.
Cuando empezamos ver las primeras medidas frente al coronavirus, pensé en la doctrina del shock de Naomi Klein. Algo que, como señala la autora, se repite frente a situaciones de crisis: gobiernos que aprovechan situaciones de emergencia para implantar medidas que atentan contra derechos sociales ganados a pulso. Desde luego, para favorecer los intereses del poder establecido.
Sin embargo, sostiene Klein, una crisis (ya sea una crisis económica, la crisis del coronavirus o la crisis climática) también puede ser una oportunidad de cambiarlo todo. Porque toda crisis representa una ruptura con lo anterior. Un borrón y cuenta nueva. Un renacer.
Mi deseo de este Día de la TIerra es que este reset tan bestial que le hemos hecho a nuestras vidas, nos permita dar vuelo a verdaderos cambios sistémicos.
De nuevo ciando a Naomi Klein, recordemos, la lucha ambiental tiene que ir de la mano de las luchas por la justicia social y económica, porque estas, como todo en este redondo planeta, están inevitablemente relacionadas.
Porque hay muchas cosas maravillosas
en este mundo
y a mí me encanta compartirlas
Cada 15 días escribo una carta en la que comparto un popurrí de cosas que creo que deberías conocer, porque son buenas para la Tierra o porque son buenas para ti.
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