Hoy no pensaba publicar ningún post, pero la realidad me ha asaltado por la calle y he llegado directamente al ordenador. Lo siento, no será un post optimista.
Como cada jueves durante el último mes, después de dejar a las niñas en el colegio me he encontrado con los ancianos y el personal de un centro de asistencia a la tercera edad del barrio bloqueando la entrada a la calle Mallorca desde la Avenida Meridiana.
- Eo eo eo, esto es un cabreo.
- Somos mayores, tenemos dignidad.
- Los pañales, ¿quién los paga?
- Eo eo eo, no podemos más.
- No al dinero, sí a la dignidad.
- Somos mayores, no gilipollas.
- Ja n’hi ha pro (ya basta).
Estas son algunas de las dolorosas verdades que gritaban, por última vez. No tengo más palabras.
Algún conductor se tomó tres segundos para bajar la velocidad frente a esta masa de personas heridas, hizo sonar la bocina durante ese breve instante y continuó su camino. Algún ciclista se detuvo durante un minuto, aplaudió al coro y volvió a la ciclovía.
Claro, la vida continúa. En esta esquina del barrio del Clot y en cada esquina del país, y de cada país, donde se sufren realidades parecidas.
Hoy hice fotos con un nudo en la garganta y la casi certeza (ojalá me equivoque) de que sus reclamos, como tantos otros, no habrán logrado más que una catársis momentánea. Claro que las catarsis son buenas. Ésta ya ha terminado.
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