Terrícola,
Desde niña, adoro el mar. Y sentada frente al mar, mi mamá me explicó un día que el horizonte, en realidad, no existía. Que era una línea que incesantemente se alejaba de ti si avanzabas hacia ella porque, claro, la Tierra era redonda.
Me pareció una idea fascinante. Pero a menudo me quedaba viendo el horizonte e imaginando que tras esa línea (que me parecía tan real) había un precipicio por el que los barcos más atrevidos se caían sin remedio, hasta perderse en la nada.
Luego, me esforzaba por entender la realidad esférica de la Tierra e intentaba adivinar el resto del planeta que escondía ese mismo horizonte. Con los ojos entornados, visualizaba la leve curvatura que acababa formando el inmenso globo en el que yo estaba sentada, cavilando.
A ratos pensaba en que al otro lado del mundo (es decir, bajo mis pies) habría muchas otras personas igual que yo, mirando el mar, pero pies arriba, cabeza abajo, sin la más mínima consciencia de mi perspectiva imaginaria y, desde luego, egocéntrica.
¿Cómo será ver la Tierra desde el espacio?, me preguntaba, a ratos, con los ojos perdidos en el cielo. ¿Qué tan arriba habrá que subir, para ver su curva imperfecta?
¿Te gustaría que te lea la carta? Escúchala aquí:
Pon un momento oceánico en tu vida
Tengo un problema de adaptación en la vista que se me agrava cuando paso muchas horas leyendo frente a la pantalla.
La cosa comenzó cuando tenía poco más de 20 años y con los años se ha agudizado. Por eso, desde hace un tiempo, cuando estoy en períodos más intensos de trabajo -fatales para mi vista- escucho audiolibros al final del día, para relajarme dejando que mis ojos descansen.
Aunque suelo tirar de clásicos, hace poco quedé enganchada a algo muy distinto: El peligro de estar cuerda, el último libro de Rosa Montero, narrado por la propia autora.
Es un libro sobre “la relación entre la creación y la locura”, que habla, al mismo tiempo, sobre paranoias colectivas o muy íntimas, psicología, neurociencia, literatura, ciencia, arte, suicidio, el sentido de la vida, y sobre muchísimo más.
Es realmente apasionante y no paro de recomendarlo a todo el mundo.
En un momento de la obra, la autora habla sobre un fenómeno llamado “momentos oceánicos”. Es algo que describen como una experiencia subjetiva en la que las fronteras entre tú y el resto del mundo se difuminan y sientes que te invade una intensa ola de placer y, a veces, al mismo tiempo, también de desamparo.
Puede ser una forma de éxtasis místico o religioso, pero también puede ser simplemente, esa sensación que te nubla el entendimiento por unos segundos cuando estás frente a ciertos espectáculos de la naturaleza.
Dice Rosa Montero:
En mis mejores momentos, en los instantes oceánicos, cuando estalla el satori como una supernova en mi cabeza, soy capaz de escapar de la ciega y dolorosa cárcel de mi individualidad y de percibir ese aliento plural. La cadencia primera, la música de las esferas, el palpitar del mundo. Soy un pececillo de un inmenso cardumen; Soy una carpa dorada y sé bailar el baile más grandioso, que es, al mismo tiempo, el más diminuto.
Rosa Montero cuenta como uno de sus grandes momentos oceánicos, el día en que una ballena apareció frente a ella en el mar y la vio con un enorme ojo antes de volver a sumergirse, en silencio pausado, bajo el agua.
Yo creo haber sentido algo parecido, por un instante fugaz, caminando con raquetas de nieve, solos Mauricio y yo, sobre una manto blanco e intacto; o sumergida en las aguas de Playa de los Muertos, rodeada infinidad de peces; o descendiendo desde más arriba de las nubes por el barranco de Masca, entre gigantes de lava y, seguro, escuchando las olas bajo la noche en Choroní, acompañada de mis mejores amigas, con poco más de 20 años. Así que escucho a Rosa Montero e intento revivir y atesorar esa sensación tan escurridiza y llevarla a su máxima expresión. Imaginar que estoy en el Apolo 17 y, de pronto, casi sin pensarlo, me giro y descubro a nuestra madre Tierra ahí, azul, hermosa y llena de luz, flotando en el espacio recordándome que, al fin, «no soy más que polvo de estrellas».
¿De qué tamaño tiene que ser el satori que te funde con el universo entero en ese instante? ¿Hasta dónde llega esa ola del sentimiento oceánico más maravilloso del mundo?
Desde que escuché hablar del efecto perspectiva, intento pensar en la imagen de la Tierra y traer a mí aunque sea un destello del estallido que tiene que ser vivir esa experiencia. Y conocer el concepto de los momentos oceánicos me ha ayudado a darle forma a esa ensoñación.
Tal vez podamos, a través de momentos oceánicos imaginarios, intentar ser mejores integrantes de este planeta.
¿Qué es el efecto perspectiva?
Dicen que ver la Tierra desde el espacio exterior, flotando, cambiando constantemente bajo esa fina capa protectora llamada atmósfera, que protege a la vida tal como la conocemos, te transforma para siempre.
Al verla así, en toda su finita redondez, se hace evidente que la Tierra es mucho más que “un lugar”. Ves con claridad que es un sistema hermoso, único y lleno de vida del que, al fin y al cabo, formamos parte.
Y de pronto, te descubres como una partícula inmensamente frágil e insignificante, de un sistema también tremendamente frágil.
De modo que, si bien en el siglo pasado viajamos a la luna para entenderla, el mejor aprendizaje fue volver el rostro para ver a la Tierra y encontrar una nueva forma de consciencia. Es decir, viajar al espacio, en realidad fue un viaje de autoconocimiento para la humanidad.
Hablamos de algo profundo y vital: un cambio cognitivo de la consciencia que hace que, como decía al comienzo, cambie la relación de quién lo ha vivido con el mundo.
Esto es lo que se ha llamado Efecto Perspectiva o, en inglés, Overview Effect.
Las primeras imágenes de cierta calidad tomadas a la Tierra desde el espacio, de alguna forma, nos brindaron una pizca de aquella magia.
Como esta, tomada por Bill Anders desde el Apolo 8 en 1968, mientras orbitaba alrededor de la luna:
Es conocida como Earthrise porque captura el momento en el que la Tierra salía tras la superficie lunar. Es la primera foto de la Tierra a color tomada por un ser humanoO la que viste antes, que es la primera foto de la Tierra entera, completamente iluminada, flotando en la oscuridad. Aquella tomada desde el Apolo 17 en 1972 y es conocida como la Canica Azul.
Ver esas fotos no puede compararse, desde luego, con el impacto que debe significar ver nuestro auténtico planeta azul desde el espacio. Como decía antes, debe ser un sentimiento oceánico que no se te borra de la piel nunca más.
Sin embargo, para gran parte de la humanidad, estas fotografías significaron un antes y un después. Y es que hay que ponerse en el lugar de aquellas personas que jamás habían visto una imagen real de la Tierra con un mínimo de calidad.
Por décadas, estas fotos fueron el símbolo del ecologismo.
En el podcast Gabinete de Curiosidades hay un episodio muy curioso llamado La canica que pudo cambiar el mundo (que también puedes escuchar en tu plataforma preferida). Entre muchísimas otras cosas, nos habla del efecto perspectiva, de cómo estas imágenes influyeron en la creación del Día de la Tierra, de la huella que dejaron en la música o cómo marcaron a personas tan influyentes como Hilary y Bill Clinton.
Ojo, este episodio habla de esto y mucho más. Expedientes X incluídos. Es una auténtica voladura de cabeza, lo advierto.
Pero la segunda recomendación hoy, que se ajusta más a estas cartas, es el documental Efecto Perspectiva, que puedes ver completo en YouTube (y solo dura 20 minutos):
Una petición por los derechos de la Madre Tierra
¿Recuerdas que hace algunas semanas te conté que el congreso de Diputados de España había aprobado iniciar la tramitación de la ley que dotará al Mar Menor derechos propios?
Bueno, recientemente alguien compartió en mi muro de Facebook una iniciativa que quiere llegar mucho más alto aún.
Se trata de una petición ciudadana, de un colectivo llamado Rights of Mother Earth, que pide a la ONU que redacte una Declaración de los derechos de la Madre Tierra, que complemente la Declaración de los Derechos Humanos.
Es decir, una ley que otorgue derechos a la naturaleza y vele por su bienestar “como una entidad fundamental portadora de derechos”,y con derechos intrínsecos “independientemente de su uso o valor para los seres humanos”, y aquí cito a la petición.
Al incluir los Derechos de la Naturaleza en la estructura legal, conseguiríamos una economía en armonía con el planeta, basada en un sistema justo que incluye a todas las partes y no solo a los seres humanos.
Puedes firmar la petición directamente aquí.
Y ahora sí, nos leemos en 15 días y nos vemos en el espejo.
Yve
Barcelona, 9 de junio de 2022.
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