El primer capítulo de mi libro, Residuo Cero, Comienza a restar desde casa, se llama El viaje, pero en realidad habla de dos viajes:
Un viaje físico, que me trajo de Caracas a Barcelona en el año 2001.
Y un viaje interior, que aún estoy recorriendo, hacia una vida residuo cero. Te invito a leerlo.
El viaje
Mauricio y yo llegamos a Barcelona en agosto de 2001. Veníamos de Caracas.
En la Venezuela de entonces (igual que en la de hoy), reciclar tu basura era prácticamente imposible. La gasolina costaba menos que el agua y las distancias eran largas, así que nos movíamos sobre todo en coche. El agua y la electricidad también eran mucho más económicas que en España, así que las usábamos con cierta alegría.
De pronto nos vimos en Barcelona, con contenedores de reciclaje en la puerta de casa, con un presupuesto bastante limitado y un futuro prometedor pero incierto.
Rápidamente, cambiamos muchas cosas.
Separamos nuestros residuos desde el primer día sin dudarlo. Los amigos nos advirtieron sobre las facturas de luz, así que ahorrábamos electricidad a conciencia. De usar secadora para la ropa, pasamos a tender nuestra ropa al sol. Nos movíamos en bici o andando casi exclusivamente.
No había dinero para compras superfluas, así que desaparecieron. Pronto nos dimos cuenta de que vivíamos estupendamente con mucho menos que antes.
Éramos felices y, además, sentíamos que estábamos haciendo algo por el planeta, y eso también estaba genial.
Nuestro día a día entonces
Desayunábamos cereales («muy saludables», tipo muesli normalmente). Con su caja de cartón y su bolsa de plástico. Y un buen tazón de leche. Cada dos días tirábamos un brik vacío y abríamos el siguiente. Seguramente nos comíamos dos cajas de cereales a la semana como mÍnimo.
Yo bebía té, que compraba en el súper. Caja envuelta en plástico, con todas sus bolsitas y etiquetas bien alineadas.
Estaba haciendo prácticas en una editorial y a media mañana solía bajar a comprar alguna pasta y un café para llevar. En un vaso de cartón, plastificado, con tapa de plástico y removedor de plástico también. A veces me llevaba un yogur, envasado en plástico, claro. Por cierto, en la empresa ni se soñaba con reciclar los residuos que generábamos.
Comía en casa, bastante saludable. Muchos vegetales y frutas que comprábamos con sus bolsas transparentes para pesarlas, como todo el mundo. Y aunque intentábamos evitar las bolsas de asas, teníamos un cajón en casa lleno de ellas. Parecían tener vida y no parar de reproducirse. Pero bueno, esas las usábamos para tirar la basura, ¿no?
Y claro, éramos jóvenes y nos iba el dulce. Así que también comíamos nocilla a cucharadas, galletas, chocolates… Todo con plástico en algún lugar de su empaquetado.
Extremos, pero con plástico
Teníamos una nena de dos años y comprábamos la mayor parte de los alimentos con sello ecológico. Intentábamos no usar bolsas para pesar la fruta (muchas veces nos traíamos la compra hasta en cajas de cartón de la tienda) pero como «es inevitable» que se te olvide llevar una bolsa de tela algún día, seguíamos teniendo un cajón con bolsas de plástico en la cocina.
Hacíamos grandes compras en una tienda de granel en el centro de Barcelona y lamentábamos no poder evitar las bolsas de plástico transparentes en las que nos servían nuestros granos, harinas y frutos secos. También hacíamos compras diarias en una tienda de alimentación ecológica del barrio: detergentes y cosmética ecológica, algunos granos y cereales de emergencia, galletas, leche vegetal (mucha), salsas que bien podrían venir en plástico… Comprábamos también tofu, hamburguesas vegetales y seitán para variar la dieta. Todo envasado al vacío, en plástico. Y procesado, aunque fuera bio y vegetal.
Aunque poco, comíamos carne y pollo, que comprábamos también envasados al vacío. Además, comprábamos algunas cosas del súper, que no habíamos logrado sustituir, todo envasado.
Yo ya usaba la copa menstrual casi exclusivamente.
En fin. éramos muy ecofriendly. Extremos para algunos amigos.
Pero aún producíamos muchos, muchos residuos.
Y llegamos al presente
Hoy somos cuatro en casa y producimos infinitamente menos basura. Compramos a granel casi todo. Buscamos tiendas donde nos pueda servir un obrador y vamos con nuestros propios envases.
Para la limpieza usamos dos o tres productos que no vienen envasados, son muy versátiles y mucho más respetuosos con el medio ambiente.
En mi nevera, ahora mismo, el único plástico desechable es del envoltorio de un queso que compramos en una emergencia de fin de semana. Un plástico totalmente evitable, pero aún no soy infalible y seguramente nunca lo seré. También hay un par de medicinas y un aceite de lino.
Nada más…
Preparamos pan, yogur y hasta alguna crema hidratante en casa. Y gastamos mucho menos dinero, tenemos una casa menos cargada de objetos y aparte de comida, compramos tan pocas cosas que a algunos les parecerá increíble.
Eso sí, no ha sido de la noche a la mañana. Ha sido un viaje. Es un viaje. Un viaje que comenzó hace muchos años, cuando empezamos a restar. El objetivo es cero y ahí no estamos. Aún nos despistamos a veces, no siempre llegamos a los acuerdos familiares que yo quisiera y la economía nos restringe ciertas cosas. Todavía veo entre los residuos de casa cosas que sé que son evitables.
Así que aún no sé si llegaremos al Residuo Cero, pero estamos seguros de que el viaje vale la pena. Espero que el libro que ahora tienes en tus manos te brinde herramientas para que puedas trazar tu propia ruta, a tu medida, pero con la misma meta.
Fragmento del libro Residuo Cero. Comienza a restar desde casa, escrito por Yve Ramírez y editado por Titilante Ediciones en 2019. Disponible en librerías (si no está, siempre puedes encargarlo), en muchas bibliotecas y, si quieres contribuir directamente con La Ecocosmopolita, también en este enlace.
Mi libro,
Residuo cero,
Comienza a restar desde casa.
Escrito desde la convicción de que debemos ¡y podemos! generar muchísima menos basura, este libro es una guía de viaje hacia un destino más sostenible en muchos sentidos.
Aquí puedes leer más sobre Residuo Cero, Comienza a restar desde casa.
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