De límites humanos, conciencia colectiva y una mala película

Poster Downsizing. Límites humanos

Terrícola,

Te escribo desde una Barcelona que bulle, mientras la Agencia Estatal de Meteorología aún reflexiona sobre si estamos viviendo, o no, la tercera ola de calor del verano en España. (Ahora que tú me lees, esto ya está confirmado. Para más datos, van más de mil muertes causadas por las altas temperaturas en lo que va de año).

Pero mi carta de hoy no trata de olas de calor. Lo que pasa es que era incapaz de escribirte sin recordar que, si nos parece demasiado incómodo hacer algún “sacrificio” por reducir nuestra huella, debemos pensar en lo terriblemente incómoda e inhabitable que se hará la Tierra si no hacemos cambios profundos y radicales en un corto plazo.

La carta de hoy va de la necesidad de entender nuestros límites y el abordaje de Giogos Kallis, de la ciencia como solución a los problemas ambientales (o no), de Downsizing, una película interesante a pesar de mala y de esa maravillosa consciencia colectiva que surge con los flujos de equipo (si no sabes qué es, sigue leyendo).

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Los límites de Giorgos Kallis

Hace poco te hablé de los límites planetarios.

Una propuesta que nos recuerda que la Tierra tiene unos límites físicos y también funcionales, que nos marca las líneas rojas que no podemos sobrepasar, porque hacerlo supondría el colapso del planeta. Y que nos anuncia que, de hecho, ya hemos sobrepasado varios de ellos.

Bueno, en la primera master class de la Uni climática, Giorgios Kallis nos invita a repensar nuestra visión de los límites y analizarlos con una nueva perspectiva.

Plantea que los seres humanos hemos llegado a ver la naturaleza como una proveedora de bienes escasos y que reaccionamos a esto con una “respuesta capitalista”, que se apoya en el ideal de crecimiento ilimitado. Es decir, asumimos que esos límites de escasez los resolveremos con la ciencia, con inversiones, con tecnología. De alguna forma, vemos la solución en crecer más para “burlar” esos límites del planeta que vemos como externos y ajenos.

La propuesta de Kallis es que, en lugar de poner el foco en las líneas rojas del planeta -que, ojo, las tiene-, nos centremos en nuestros límites como seres humanos. Que nos cuestionemos esa idea de superación personal en la que «el cielo es el límite» -muy de nuestros tiempos-, para replantearnos nuestras aspiraciones y nuestros anhelos, y llevarlos a unas dimensiones en las que todos los seres vivos podamos tener cabida. Porque realmente no, no podemos tenerlo todo ni alcanzarlo todo. Y, de todas formas, esa felicidad que siempre buscamos, no se encuentra por ese camino.

Al escucharlo he pensado que si hay algo liberador, es dejar de lado el ansia de ser y tener más y más. Solo un poco más.

Hay una idea importante: que los límites no son un obstáculo para nuestra libertad, porque la verdadera libertad requiere de límites. Una idea con la que he conectado mucho, porque siempre he intentado ofrecer una educación respetuosa a mis hijas y la base para que esta funcione es, desde mi punto de vista, poner unos límites claros que permitan que niñas y niños sepan cuál es ese espacio en el que pueden desenvolverse en libertad sin ponerse en riesgo ellas y sin afectar la libertad de otras personas.

Kallis, que es anticapitalista y un defensor del decrecimiento, nos anima a recuperar “el arte y la sabiduría de limitar nuestros deseos, de limitar nuestras huellas, de limitar nuestras formas de vida, y de disfrutar la vida”, porque la vida se disfruta dentro de límites, en lugar de seguir colonizando el espacio de otros seres vivos, para vivir unas vidas vacías de sentido, destructivas y autodestructivas.

Si te interesa seguir leyendo sobre las reflexiones de Kallis, igual te interesa su libro Límites.

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Downsizing. Una película muy mala con un gran mensaje

Al hilo de lo anterior, te voy a recomendar una mala película. Es Downsizing (2017), protagonizada por el gran Matt Damon (adoro a este hombre).

Y es una película más bien mala pero tiene un planteamiento de base que es genial y tiene muchísima relación con los límites planetarios y con el cuestionamiento de Giorgios Kallis.

La historia parte del trabajo de un investigador científico estudia cómo reducir las dimensiones de los seres humanos de forma significativa (al modo Querida encogí a los niños, que volví a ver con mi hija menor en estos días y disfrutamos muchísimo). Pero en este caso, el objetivo está muy claro: reducir proporcionalmente nuestro impacto en una Tierra que se acerca al colapso ambiental.

Es decir, si somos más pequeños, consumimos menos recursos, generamos menos residuos y, además, ¡oh sorpresa!, nuestro dinero se multiplica en una proporción inversa.

Y claro, ese es el gancho para vender la minimización: vende tu casa, todas tus propiedades, invierte tus ahorros y conviértete en una persona minúscula pero millonaria. Vive en la mansión de tus sueños, minúscula como tú, cómprate collares de diamantes a medida por 35 euros, bebe el mejor champagne en copas miniaturas. Sí, corres el riesgo de morir en el intento y tendrás que vivir en una falsa realidad, volver a ver a tus padres, hermanos, amigas, será una odisea peligrosa que podrás permitirte de vez en cuando y nunca más podrás abrazarlos, pero vivirás entre lujos que no soñaste y aún podrás decir que lo haces por el bien del planeta.

Es precisamente esa idealización de la ciencia salvándonos el culo en el último momento, la ansiedad de ser y tener mucho más, y el triunfo del capitalismo, que siempre sale ganando.

Una metáfora increíble.  

Spoiler. La cosa no sale bien.

La primera parte me recordó un poco a la película Don’t look Up (esta sí una maravilla), porque tiene ese tono de sátira ambiental y humor negro con algunos momentos realmente muy cómicos, pero la película se hace más oscura, plagada de estereotipos e incongruencias, y flojilla a medida que avanza. Además es bastante larga pero, mira, a mí me ha dado para pensar un montón en la humanidad y en nuestra capacidad de repetir los mismos errores. Si te animas, ya me contarás qué te parece.

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Flujos de equipo y conciencia colectiva

Me encanta trabajar en equipo y cuando me toca trabajar sola, lo echo mucho de menos.

Hay una parte que me exige un gran esfuerzo, porque debo confesar que tiendo a ser bastante colaboradora y perfeccionista. Pero es ganancia en todos los sentidos.

Ahora que trabajo con mi amiga Carmela Serantes en consultoría de comunicación, las dos nos damos cuenta de que cuando trabajamos juntas nos complementamos de maravilla, avanzamos muy rápido y, sobre todo, nos surgen ideas fantásticas muy fácilmente. Si una de las dos se atasca en algo, basta discutirlo un poco para encontrar el camino. Y además, nos divertimos muchísimo.

Cuando leí el libro El peligro de estar cuerda de Rosa Montero (del que te hablé aquí) supe que no es casualidad, porque cuando trabajas en equipo pasan cosas interesantísimas a nivel neuronal.

Rosa Montero habla de una investigaciónn que se explica en este artículo, y que plantea la existencia de una conciencia global. Según este estudio, la cosa va así: cuando trabajamos en equipo, compartiendo compromiso, tareas y emociones, las oscilaciones neuronales de nuestros cerebros que generan la conciencia se sincronizan.

Todo esto genera un estado hipercognitivo que, por una parte, nos aísla un poco de los estímulos externos evitando que nos distraigamos fácilmente y, por otra, activa las partes de nuestro cerebro que se encargan de la memoria, la atención y la conciencia. Y este momento cerebral tan especial nos permite integrar la información de forma más efectiva y generar una inteligencia colectiva.

A mí este concepto me ha emocionado.

Estos momentos compartidos son llamados “flujos de equipo” y, según explican, son frecuentes en orquestas, equipos deportivos o equipos laborales.

Yo añadiría que son la fuerza de los grupos de activismo. Porque leo esto y pienso que nunca he sentido tanta fuerza como en los tiempos en los que creamos un grupo activista contra el cambio climático llamado 350 BCN. Éramos la bomba cuando estábamos juntos y logramos hacer dos grandes manifestaciones, un documental y hasta unir a una buena cantidad de ONG y colectivos locales.

En esos tiempos, que no paraba, me preguntaban a menudo de dónde sacaba tanta energía y yo solía decir que del colectivo. Ahora la ciencia me respalda.

Por cierto, este documental no es público pero mientras escribo esta carta, hago una pausa para tratar de resolverlo. Espero poder compartírtelo en los próximos días.

De momento, te dejo mi primera charla frente a un gran público, en la que conté la historia de aquellos años. Fue años luz antes de que las coaches de Mara pasaran por mí para ayudarme a trabajar mi expresión oral, y también años luz antes de que yo trabajara mi autoestima y dejara de teñirme las canas.

(En mi defensa, las diapositivas pasaban automáticamente -esa es la gracia de este formato llamado Pechakucha- y yo tenía que acoplarme a su ritmo).

Como individuos sumamos, como colectivo, multiplicamos.

Seguramente nos volveremos a leer antes de que acabe el mes, aunque escribiré desde tierras lejanas y poco sostenibles. Ya te contaré.

Un abrazo,

Yve

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