24 horas tras los residuos de una familia

24 horas de residuos para una familia

Hace algún tiempo Daniel Otero publicaba en su blog, De residuos urbanos y algo más, la entrada Los residuos producidos en un día. En ella seguía a un personaje imaginario, el Sr. R, e iba apuntando en una libreta virtual todos los desperdicios que éste producía desde la mañana hasta la noche. Me gustó mucho pero pensé que el protagonista, el Sr. R, era extremadamente austero. A medida que leía, pensaba en la cantidad de basura que habría generado una familia promedio en cada ocasión y decidí que me tocaría preparar mi versión personal.

Con tu permiso, Daniel Otero, aquí va: 24 horas tras los residuos de una familia. Seguiremos a una madre de dos y la llamaremos María, a secas, porque le da mucha rabia que la llamen «señora». Respetaremos sus funciones fisiológicas y los residuos orgánicos que puedan producir, por sabio consejo del autor que ha inspirado este post.

El desayuno

Es un lunes, día laboral en toda regla, y lo primero que hace María al levantarse es poner su cafetera eléctrica -que hace un fabuloso café en un abrir y cerrar de ojos- a funcionar. Mientras disfruta de su capuchino, que acaba de despejarle la mente, prepara la merienda que los niños se llevarán al cole: un bocadillo de jamón dentro bolsa con cierre (algún día podría pintarla como David Laferriere), una servilleta de papel, y una botella de agua mineral, que tiene un pitorro que evita que los niños derramen el agua al beber.

24 horas de residuos para una familia
David Laferriere ha colgado en Flikr más de 1200 fotografías de bolsas de sandwich como ésta. Lindo, pero son 1200 bolsas. ¿Las habrán reutilizado?

María, que separa muy bien la basura, guarda la cápsula del café en una bolsa, para llevarla luego al punto de reciclaje, de donde a su vez será trasladada por un camión al centro donde será fundida para crear una nueva cápsula. En otro contenedor acaba el empaque (bolsa y cinta de cierre) del pan 100% natural que venden en el súper que, de tan fresco, parece acabado de hornear.

Al fin los niños están vestidos y se sientan a desayunar. Se comen un plato de unos cereales de una famosa marca (no hablemos del azúcar, que no es el tema), que vienen envueltos en una bolsa plástica, que a su vez está dentro de una caja de cartón que evita que se deterioren con la manipulación. Tranquilo: aún quedan cereales para dos días más. El bote de leche sí que no pasa de mañana. La fruta es muy importante, así que necesariamente tenemos dos corazones de manzana para el contenedor de residuos orgánicos. Ah, claro, además del plástico en el que vienen al vacío, tan higiénico él.

Ya los niños han desayunado y se han aseado, y afortunadamente lo cepillos de dientes tienen para varias semanas, y no se ha terminado ni la pasta de dientes, ni el gel de manos, ni el hilo dental…

En la oficina

María vive cerca de la escuela, así que los tres llegan caminando y en un momento. Pero el trabajo está más lejos, así que María se va en metro. Coge un diario gratuito en un expositor de la entrada de entrada de la estación, y como casi cada día, lo tira junto al ticket de metro al salir de nuevo a la calle.

La jornada de trabajo no nos aporta mucho, porque ya se imprimen pocos documentos en la oficina. Clips, sobres de correspondencia (casi todo publicidad), papeles con anotaciones que ya no interesan… A las 11 de la mañana, eso sí (los rituales son importantes), va con sus compañeros a buscar un café de la máquina (vaso, cucharilla, bolsa de azúcar y tapa incluidos) y un cigarrillo del que pronto no quedará más que una contaminante colilla.

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La basura de nuestro café

Para comer sale sólo por media hora, porque hace jornada reducida para poder ir a buscar a los niños a la escuela. Como no tuvo tiempo de preparar nada, aprovecha los tickets de alimentación que le dan en el trabajo para ir a una tienda de alimentos preparados, que son muy sanos y viene cada uno en su práctico envase plástico, con sus servilletas y sus cubiertos desechables. Lástima que es mucha comida y jamás se lo logra comer todo. Los restos de comida, a la basura.

Tira el ticket de la compra porque no lo usará para nada.

Son las 2:30 de la tarde cuando llega a la oficina y ya sólo le quedan dos horas más para salir pitando de vuelta al colegio.

La salida del cole

Los niños salen hambrientos cada día, así que María para en la panadería de la esquina, y compra un brioche y un batido de chocolate para cada uno (estos ya incluyen en su precio servilleta, bolsa de papel, botellas y, por favor, sí, una bolsa plástica para todos). Ah, y otro ticket de compra.

Ya está en el cole. Salen los niños, abrazan a su madre y meriendan más contentos que unas pascuas. El mayor trae una circular que informa sobre una excursión al zoo que harán la semana próxima y el más pequeño, una sobre los piojos, que ya han llegado de nuevo. No contaremos, porque María no estaba, nada de lo que pasó dentro del cole, pero esperemos que no hayan abusado de las toallitas húmedas, entre otras cosas.

Nuestro trío feliz va camino al parque con otros amigos de la escuela, cuando se cruzan con el kiosco donde venden esa revista de «Paco, el gato», que esta semana viene con unas gafas chulísimas que traen incorporado el bigote de Paco. Los niños se empeñan tanto que María accede, «pero sólo una para compartir», porque es el personaje preferido de los dos. Después de romper el plástico del envoltorio, que tiran a la papelera, toca separar el cartón inmenso que no interesa, de este papel impreso, que incluye un juego. Mamá guarda la revista en una bolsa, y los niños empiezan a pelear por quién se pondrá las gafas primero y por cuánto tiempo. Es cuando el menor tira con más fuerza, y cada uno se queda, ahora sí, con una parte equitativa del nuevo juguete made-in-China. Adiós gafas, que rotas no valen.

En el parque coinciden con Papá, a quien llamaremos Papá, simplemente, que trae un calendario de bolsillo para cada uno, pues los acaban de imprimir para los clientes porque pronto acabará el año. Después de un rato de conversaciones con un ojo aquí y otro allá, no se caiga el pequeño del tobogán, marchan a casa. Papá va a preparar la cena (¿qué creen, que María puede con todo?), y María cogerá el carro de la compra y se irá al supermercado.

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¿Cuánto plástico tiene tu cena?

¿La compra? Lo de siempre: frutas y verduras, algunas a granel, algunas ya empacadas en plástico, en mallas o, si son muy delicadas, con una bandeja para que no se aplasten. Cinco tetra-briks de litro de leche, para que dure. También se ha terminado el agua, así que coge dos packs de seis botellas de litro y medio (qué alivio cuando pensaron en ponerle agarraderas a estos packs, que antes no sabías cómo coger). Comida para el gato. El detergente de limpiar el baño, y el de lavar la ropa. Lomo de cerdo y filetes de pollo, que vienen todos en sus respectivas bandejas, sobre un material absorbente e indescifrable, todo al vacío. Varias latas de atún, un bote de tomates triturados, otro de olivas, uno de anchoas. Un frasco de mermelada. El queso lo rebanan al momento y, para que no se pegue, colocan láminas de plástico entre una y otra. Menos mal. Si no parece que se vuelve a fundir en un sólo bloque.

Bueno, de momento parece que es todo por hoy, Y no te preocupes, que esto durará para varios días. María llega con su compra a la caja. Como lleva carro, no necesita bolsas. Paga con la tarjeta, guarda el ticket de la compra y el de pago de la visa, y marcha a casa. Por el camino aprovecha y se fuma otro cigarrillo antes de llegar.

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Comemos peces que se comen tus colillas

Y llega. Abre el buzón, que tiene tres facturas de servicios, un sobre de publicidad del banco y las últimas ofertas del supermercado. Casi todo va directo a la basura.

Papá ha preparado unos espaguetis (adiós al paquete) con queso (ese parmesano que viene, ya rallado, en una bolsita) y salsa boloñesa. La bandeja de la carne y su plástico ya están en el contenedor que él cree adecuado (siempre duda), las mondas de las verduras ya están en el contenedor de orgánicos, junto al papel de cocina que utilizó mientras cocinaba, y la lata de tomate triturado está en el lavaplatos para luego ser reciclada.

Después de cenar, se comen un yogur de postre, lo que nos deja 4 vasos plásticos y sus respectivas tapas. Además, sobre la mesa, esperan las servilletas y los restos de comida (estos niños no han comido nada). Y la botella de zumo, que ha quedado vacía.

Se ha acabado. Los niños se dan una ducha y se van a dormir. El champú y el gel de baño durarán unos días más. La esponja es la que ya necesita cambio urgente. Buenas noches.

Cuando los niños ya están roncando, María y Papá destapan un par de cervezas y se sientan a ver un rato la tele en el sofá. Dos horas después están también en la cama. Se lo merecen. Dejémoslos en paz.

Tal vez este recorrido junto a María y su familia puede servirte para identificar formas de reducir los desperdicios producidos en tu hogar. Y para ayudarte en tu camino, te dejo un post con algunos consejos sencillos para reducir la producción de basura en casa, los mejores consejos de ecobloggers para una vida zero waste o basura cero y, para terminar, una reflexión sobre el desperdicio de alimentos. También te dejo una invitación para pasar otro rato con María. Tres años después de haber publicado este artículo supimos de ella de nuevo,  vimos con grata sorpresa que había dado un vuelco a su vida, y volvimos a acompañarla en una ruta de 24 horas que nos demostró cómo había reducido los residuos de su casa prácticamente a cero.

Seguro que un día común de una familia promedio podría producir muchos más residuos de los que yo he pensado. ¿Qué le sumamos, para aprender a restar? Si queremos cambiar el mundo, debemos empezar por casa. No es tan difícil.

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