Ocho días merodeando el Canal du Midi: dos en coche para ir y volver, uno admirando la cité de Carcassonne y los restantes, en bicicleta. Nuestra gran aventura familiar.
Disculpa la ausencia. Estaba agostando.
A la orilla del canal, la luz se cuela entre hileras de árboles que lo bordean alineados a la perfección. Éstos se reflejan en el agua para duplicar el espectáculo mientras los barcos navegan con toda la calma, o suben y bajan bajo los dictados de esclusas creadas hace más de trescientos años. Puentes de piedra se elevan sobre el agua para ofrecerte vistas de la zona, mientras un túnel vegetal que te cubre durante kilómetros enteros en los que ves pasar a tu lado campos de girasoles, trigo, maíz, olivos, viñedos y pequeños poblados. Así es viajar por el Canal de Midi en bici. Como sumergirte en una pintura al óleo.
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Desde que nació Abril, hace siete años, hemos salido de camping cada verano. Incluyendo el año en el que nació ella y el año en el que nació Amanda, que durmió en una tienda de campaña con menos de dos meses. Pero desde hace siete años teníamos ganas de volver a hacer una buena excursión en bici, ahora familiar: de esas llamadas cicloturismo. El año pasado quisimos hacer el carrilet de Girona a Sant Feliu de Guíxols (uno de nuestros primeros viajes al llegar a España) pero finalmente no pudimos y este año estábamos pensando que ya nos había llegado la hora cuando comenzaron a hablarnos de la ciclovía del Canal du Midi. En seguida nos atrapó la idea.
Un poco de historia
El Canal du Midi se inauguró nada más y nada menos que en el año 1681 aunque era la materialización de un sueño de los gobernantes de la región desde siglos atrás. Como la navegación era fundamental para el comercio, deseaban disponer de una vía navegable entre el Atlántico y el Mediterráneo, que evitara el uso del estrecho de Gibraltar. Lo que se conoce como El Canal de dos mares (Canal des deux mers) está formada por el Canal de Garonne, que va de Burdeos a Toulouse, y el Canal du Midi, que nace en Toulouse y efectivamente acaba en el Mediterráneo, en Setè.
Al parecer, su llegada coincidió con la llegada de malos tiempos para la región y luego el ferrocarril le arruinó el negocio al canal, de manera que su uso se limitó antiguamente al transporte de pasajeros y de correo. Más de tres siglos después es muy apreciado por los aficionados a deslizarse sin motor sobre dos ruedas (o a veces tres): sus más de 240 kilómetros están bordeados, casi de punta a punta, por caminos planos, arbolados y perfectamente transitables en bici. Por muchos de estas vías paralelas al canal antes transitaban los caballos que tiraban de la carga flotante.
Para los amantes de la navegación (o los que tienen fantasías con este arte, pues no se requieren conocimientos previos) tiene otros encantos y otros obstáculos también: 63 esclusas ayudan a salvar las diferencias de nivel del terreno y actúan como elevadores hidráulicos para los barcos de turismo que lo surcan a velocidad de bostezo. 63 esclusas que son, además de un espectáculo de ingeniería y arte, un lugar agradable, sombreado y más amplio donde hacer un picnic, tal vez reponer agua o tomar un café, e incluso comer. La parada del ciclista cansado, sediento o hambriento.
El viaje en coche hasta Toulouse no es largo, el trayecto es fácil y con la cargo bike Bullitt las niñas viajan comodísimas (¡Gracias Okocicle!). Hay campings en toda la zona, que además son en general mucho más económicos que los de España. Parecía la ruta perfecta para iniciarnos en el cicloturismo familiar y a por ella fuimos, sin más meta que pasarlo bien durante la semana que teníamos de vacaciones.
Día 1. De Barcelona a Toulouse
El sábado 15 por la mañana partimos los cuatro de Barcelona hacia Toulouse con el coche bien cargado. Dos tiendas de campaña, tres sacos de dormir, la súper cargo bikeBullitt de Mauricio y mi mountainbike, algo de comida, la ropa imprescindible. Poco más porque no había espacio en el coche y, sobre todo, no habría espacio en las bicis. Hubiera sido más ecológico subir en tren, que resulta ideal para otros modelos familiares, pero nuestra cargo no hubiera pasado la prueba de los controles. De hecho, valga la advertencia, unos nuevos amigos (que conocimos durante el viaje) tuvieron problemas para subir su remolque, a pesar de que todo estaba desmontado, y no se excedían de las medidas y los pesos establecidos como límite. Al parecer lo resolvieron gracias a su encanto.
Hacía diez años habíamos hecho un recorrido similar, aunque más ligeros, con Cordes sur ciel (hermoso lugar) como destino final y en compañía de otro par de chicas queridas, pero más creciditas que las de ahora. Aquí te dejo una imagen del recuerdo, junto a otra de la reciente partida. (Besos Alejandrina y Shadia, que espero lograr que lean estas líneas nostálgicas).
Con las paradas imprescindibles para comer y estirar las piernas (sobre todo los dos pares de piernas más pequeñas, que son los más exigentes) llegamos a la ciudad cerca de las 6 de la tarde. Sin dejar aún el coche, recorrimos el centro de Toulouse (-¿«mi» louse, mami? -Sí, «tu»-luouse, Amanda), contemplamos las riberas del Garonne, dimos más vueltas de las necesarias por la autopista que rodea a la ciudad y, finalmente, llegamos al camping municipal de Roques-sur-Garonne.
No es el lugar idóneo para esta ruta porque no está muy cerca del canal, pero la verdad es que nos perdimos y era tarde. Pero lo cierto, como es un camping municipal, es muy económico y ya nos sirvió para el sencillo uso que íbamos a darle. Menos de 12 euros para este cuarteto. Ahí pasamos la noche arrullados por el canto del río, del que nos separaban sólo unos pocos metros. Y viene la primera advertencia. Si paras en el mismo lugar, no intentes que nada se seque durante la noche. El rocío empapará cada milímetro de todo lo que quede fuera de la tienda.
Día 2. De Ramonville Saint-Agne a Toulouse, y de Toulouse a Deyme
Por la mañana desayunamos, desmontamos el campamento y nos acercamos con todo el equipo al esperado Canal de Midi, aún con las bicis sobre el techo del coche, por Ramonville Saint-Agne, también muy cerca de Toulouse. Ahí aparcamos el coche y Mauro montó las bicis, mientras las niñas y yo preparábamos una merienda bajo la sombra de un árbol, o nos acercábamos al canal para disfrutar de un abreboca de lo que venía (viene bien viajar con el hombre de EncargoBike).
Era un punto perfecto para contemplar el canal y para deleitarse con barcos llenos de encanto. Ya listos, cerca del mediodía (midi, por cierto) partimos hacia Toulouse, adonde llegamos frescos, arropados por los protectores árboles y casi sin darnos cuenta gracias a la pista, asfaltada en gran parte del trayecto, y de tierra totalmente plana en el resto. El ingeniero que lleva dentro mi compañero de aventuras, quedó impresionado con las esclusas pero, sobre todo, en un punto del camino en el que en canal se eleva en un puente sobre la autopista. «El mundo al revés», como dice Abril. A mí esto último sobre todo me dio cierto «yuyo».
En Toulouse nos conformamos con fluir por sus calles, en las que por cierto abundan los carriles de bici: nos sorprendieron algunos que van en sentido contrario a los coches. pero días después descubriríamos otros similares en otras localidades. A la hora de mas calor nos saltamos la Plaza del Capitolio porque estar bajo el sol era insoportable, pero en cambio caímos en la Plaza de Charles de Gaulle, detrás de ésta, adonde se encuentra la oficina de turismo. Ahí Abril encontró su espectacular fuente a nivel del suelo, con toda suerte de chorros de agua de alturas cambiantes en la que se bañaban muchos niños, y Amanda encontró un tranquilo parque infantil, que realmente estaba de lo más bonito y sombreado. Cada una corrió a disfrutar de su propio hallazgo, a su medida.
Después de esta paradita aprendimos algo importante para el viaje: los horarios franceses son muy distintos a los españoles, y si quieres comer algo más que una pizza o un kebab, tendrás que buscarlo entre 12 del mediodía y 2 de la tarde. Así que paramos a recuperar energías en un restaurante sirio, luego peregrinamos hasta encontrar un súper mercado abierto para comprar provisiones (era domingo, lo que no ayuda), volvimos a bordear el río, regresamos con nuestras bicicletas al Canal du Midi y dijimos adiós a la ciudad.
Como partimos más bien tarde, hicimos pocos kilómetros, tal vez unos quince. Pasamos junto a la calle en la que dejamos nuestro coche, hicimos una parada en un lugar de acampada poco después, que estaba atestado de gente (y carabanas) pero tenía un lindo parque infantil, y seguimos hasta el camping Les violettes, en Deyme, para mí el mejor del viaje.
En realidad fue el primero que nos cruzamos, pues inspirados en otras experiencias (alguna del foro Rodadas), no llevábamos un plan previo. Llegamos pasadas las 8 de la noche porque tuvimos un pinchazo (¡bravo!) y además nos costó conseguir el lugar. En la recepción muy amablemente nos dijeron que ojo con los horarios durante la ruta, porque después de las 7 de la tarde podríamos tener problemas para conseguir un camping. Así que el resto de la ruta corrimos para conseguir un lugar para dormir más temprano.
El camping Les Voilettes es sencillo pero agradable y tranquilo, la encargada es encantadora, y, súper importante para mí, las duchas son cómodas, correctamente separadas por una cortina de un área seca, también privada, adonde te puedes vestir tranquilamente. En el resto de los campings, ducharnos sin mojar la ropa que nos íbamos a poner las niñas y yo era todo un reto (te recomiendo llevar algo que puedas colgar para coger lo necesario tranquilamente). Volviendo a Les violettes, el camping además cuenta con una pequeña tienda y un restaurante, aunque nosotros no usamos ninguno de estos servicios porque comimos legumbres, verduras, frutas y pan que habíamos comprado en Toulousse. Nuestra dieta básica durante la travesía por el Canal du Midi. ¿El precio por una noche? Poco más de 15 euros para nosotros. Presupuesto feliz.
…o agosteando 11
Día 3. De Deyme a Castelnaudary
El lunes amaneció asoleado aunque muy fresquito, tal como estuvo la noche, y Amanda se despertó un poco constipada: alerta para el equipo. Al salir del camping, después de recoger campamento, cosa que nunca hicimos tan rápido como queríamos, nos conseguimos con un amable mensaje que nos advertía pronóstico de lluvia. Segunda alerta del día.
Sin miedo ni temor, salimos del camping y regresamos al Canal du Midi. Pasamos varias áreas de descanso, generalmente cerca de las esclusas, en las que había agua potable, mesas para comer e incluso algún lavabo. Aún a 38 km de Toulouse nos paramos porque las niñas ya comenzaban a agobiarse, para comer las últimas magdalenas hechas en casa con la receta del pastel de plátano de la tía Adri. Ahí pudimos ver por primera vez una esclusa del canal en funcionamiento, ya que los dos días anteriores las habíamos pasado al medio día y sobre las 5 de la tarde, cuando están cerradas. Era la esclusa de Gardouch, construida en 1670. Asombroso, aunque luego no paramos de verlas.
Barco pasando por la Esclusa Gardouch, nosotras al fondo. Eau et toilets Cargobike antilluvia Despertar en Castelnaudary Merienda por el camino
A pesar de las múltiples paradas, de la llovizna que comenzó pronto y de las temperaturas, que bajaban en lugar de subir (o tal vez porque estos dos últimos motivos nos hicieron ‘ponernos las pilas’), llegamos a buena hora a Castelnaudary, siempre por caminos de tierra en muy bien estado, aunque fue la etapa que más me costó porque yo también me sentía un poco tocada por la bajada de las temperaturas.
¡Oh, qué pena! ¡la fete du cassoulet comenzaba dos días después!
El camping municipal de Castelnaudary queda al otro lado del canal, pero hay que entrar a la ciudad y dar una vuelta para llegar hasta él, lo que acabó de agotarme. Es pequeñito y, a pesar de que eran las 5 de la tarde, ya sólo quedaba una plaza disponible, así que tuvimos suerte. Doble suerte, porque ya otro campista nos había ofrecido que, si llegaba a hacer falta, nos quedáramos junto a su tienda pues tenía espacio de sobras. Por cierto, este espíritu de colaboración nos acompañó durante toda la ruta.
Antes del anochecer y de que cerraran las tiendas, Mauricio se fue a reforzar provisiones. Pronto descubrió que en muchos supermercados de Francia es posible conseguir productos orgánicos a precios iguales o incluso menores que los de España. De cualquier modo, tampoco fuimos muy exigentes sino que en general apostamos por la comida simple, sencilla y en lo posible local. En esta excursión se cruzó con una pareja, Lucía y Flavio, que habíamos conocido ese mismo día por el camino. Estaban tan tranquilos tomando café con otros viajeros, así que les invitó a acampar en nuestra plaza, tal como nos habían ofrecido a nosotros poco antes, y los recibimos con mucho gusto. Si te animas a hacer esta ruta, toma en cuenta los horarios y ten presente también que justo al lado del canal hay una amplísima área de césped en la que muchos acampan libremente al final del día. Y apostaría que la mayoría también utiliza los servicios del camping sin problemas.
Día 4. De Castelnaudary a Carcassonne
Por la mañana subimos al casco histórico de la ciudad y, siguiendo los consejos de una caminante, llegamos hasta el Molin de Cugarel, un hermoso molino del siglo XVII, que está en un espectacular mirador en la parte más alta de la ciudad. Lo conseguimos abierto, y Amanda y yo no perdimos la oportunidad de subir a ver toda su maquinaria, que algún día sirvió para moler cereales.
Después de dar una vuelta a la ciudad, compramos un hermoso pan y nuestros primeros croissants (pequeños pecados de un agosto a la francesa). El mal tiempo parecía haberse esfumado y cuando partimos de nuevo hacia el Canal du Midi, el sol brillaba con fuerza. El destino, esta vez sí, estaba claro: Carcassonne.
Al poco tiempo de salir de Castelnaudary el camino se hizo más estrecho, y salpicado de piedras y raíces de grandes árboles, lo que nos hizo reducir la velocidad. Además, la ruta dejó de ser tan clara en algunos puntos del camino. El hombre de la Bullitt lo llevaba bastante bien, pero otros ciclistas que iban con remolques tuvieron más dificultades pues la carga les tiraba constantemente. Supongo que los niños sin mucho rodaje también se resienten con el cambio en la vía.
Saliendo de Castelnaudary Saliendo de Castelnaudary Corro para huir de la pereza Los caminos se estrechan Canal du Midi y sus reflejos Todas las direcciones
Aún disfrutando de la sombra de los árboles en buena parte de la ruta, llegamos a Carcassonne por la tarde y de buen humor. Nos perdimos un poco buscando el camping pero sin padecer, porque la ciudad es muy agradable, y finalmente llegamos al Pont Vieux, que pasa sobre el río y da a la ciudad antigua, que muchos conocen como el castillo. La vista es simplemente sublime a pesar de la cantidad de turistas, y Amanda y Abril estaban embelesadas.
Llegamos al Camping de la cité de Carcassonne, montamos el campamento, nos duchamos y nos fuimos a visitar la ciudad, ya de noche y con las bicis. El camping está en un lugar inmejorable: al lado de la ciudad antigua y con una ruta de tierra que te lleva hasta ella. Durante casi todo el trayecto tienes a tu izquierda un riachuelo y a tu derecha -elevado en lo alto e iluminado durante la noche-, el castillo con su imponente muralla y sus torres. El espeso follaje de los arboles cubre el camino. El bosque encantado, lo bautizamos con las niñas, aunque las encantadas eran ellas.
Listos para cenar El Aude desde el puente
En la esquina entre Rue Trivalle y Rue Gustave Nadaud, que es una de las que sube hacia la ciudad, paramos en un sencillo restaurante cuyo nombre no soy capaz de recordar. Yo ya tenía mi plato pensado desde hacia días: la cassoulet, el cocido clásico de la zona. Un amigo llamado David, que conoce bien la región porque tiene muchos familiares por esos lados, me dijo que era uno de los imperdibles del viaje. Yo no temo a las bacanales y me senté en esa mesa sintiendo que me comía al mundo por todo lo rodado, pero ahí estaba poco después, sudando más que sobre la bici al mediodía, ante un impresionante plato de alubias blancas con una pata de pato tostada y un enorme trozo de algún embutido cercano al chorizo en medio. Casi podía ver a David, asomado por una ventanita virtual, riéndose de mí desde Bali mientras él se comía una deliciosa y ligera comida vegana con su linda familia.
Superado, a duras penas, el reto culinario, subimos a la cité luchando por mantener la comida en el estómago a pesar de la cuesta. Nos conformamos con rodear la cité por el interior de la primera muralla, porque era una locura querer pasar con las bicis entre la multitud. Fue una deliciosa experiencia pues hicimos nuestro recorrido con toda la calma, contemplando sus altos muros, sus torres y la ciudad a sus pies.
En aquel viaje del 2002, que mencioné en el primer post de esta serie, ya habíamos pasado por Carcassonne, y debo confesar que Mauricio y yo no guardábamos un recuerdo demasiado bueno del lugar. Nos impresionó la estructura (por algo es considerada por muchos la ciudad amurallada mejor conservada de Europa) pero también nos sorprendió lo turística que era. Después de doce años en Europa supongo que ya estamos bien curados de turistas, y en medio de la noche y con dos pequeñas princesas como compañeras, cada rincón de la ciudad nos pareció un mundo de fantasías. Desde sus ojos gozamos de la aventura de estar en medio de la noche dentro de un verdadero castillo medieval.
Día 5. Carcassonne
Sobre nuestro quinto día de viaje (que no de ruta) hay poco que decir. Nos quedamos instalados en Carcassonne, sin usar las bicis más que para desplazarnos por la ciudad: un día de relax para las niñas, que no es que estuvieran estresadas pero tenían muchas ganas de dos cosas: ver el castillo de día y bañarse en la piscina del camping.
Desayunamos y nos fuimos a recorrer la cité. Caminamos por sus calles, repletas de turistas (ey, cuidado: nosotros no somos turistas, ¡somos aventureros!). Las niñas se detuvieron frente a cada vitrina de miniaturas de princesas y otros personajes reales, y ante cada juguetería vintage, escrutaron cada tienda de disfraces, soñaron con subir embutidas en uno de ellos a cada una de las torres… En fin, caminamos y callejeamos hasta el cansancio. Comimos unas creps en la agradable terraza de un restaurante con amables meseros y dejamos la cité para ir a la ciudad de verdad verdad y buscar el Carrefour mas cercano.
De nuevo en el Camping de la cité, reabastecidos de suministros, nos dispusimos a darnos un baño en la piscina antes de comer. Vaya sorpresa.
Junto a la entrada de la piscina hay unas estanterías donde tienes que dejar tu calzado. Sí, para caminar descalzo por donde caminan todos, hongos o no en sus pies. Pero esto no es nada. Cual si de la entrada de una prisión se tratará, debes pasar por una ducha automática que está en medio de la única entrada al área de la piscina. Si vas directo al agua, tal vez no te parece grave, igual tenías que ducharte, pero si te sientes un poco resfriada y pensabas solo ir a acompañar a tus niñas sin siquiera quitarte la ropa, te garantizo que te caerá como una ducha de agua fría en la cabeza, que es lo que es. Resultado: mamá con mal humor.
Bueno, de este día no hay mucho más que contar. La tarde se nos fue entre la comida, dos baños de piscina, un rato de juegos en el parque infantil, la cena y la organización de todo lo necesario para que al día siguiente pudiéramos partir con las fuerzas renovadas y los virus controlados. Nosotros no utilizamos ningún otro servicio del camping pero, por si te interesa, tiene una cafetería y un sencillo restaurante, mesas de ping-pong, áreas para jugar a la petanca, sala de juegos, canchas deportivas polivalentes y un sistema completo de recogida separada de residuos, cosa que eché de menos en otros campings.
Buenas noches.
Día 6. De Carcassonne a Homps
De regreso en el Canal du Midi, el camino está en buen estado, pero pronto se hace más accidentado y, sobre todo, mucho más estrecho. Sin embargo, con ir más despacio y estar atentos era suficiente. Además, como poco a poco se aleja de la carretera y se adentra hacia colinas, al rato nos vimos rodeado de viñedos, lo que hacía que el entorno fuera aún más agradable. Paralelamente la señalización palideció y en casi en cada cruce de carretera nos tocó adivinar de qué lado seguía la vía, que a veces no era tan ciclista. Tal vez alguien haya diseñado un mapa que ayude a despejar la incógnita sin necesidad de desandar lo rodado o transitar por una vía más innoble, pero nosotros no lo llevábamos.
A pesar del acertijo del camino y de las múltiples paradas que pedían las pequeñas pasajeras de la Bullitt, llegamos a Homps a media tarde, después de recorrer unos 50 kilómetros. Este día también habíamos salido con este destino claro, gracias a la recomendación de una pareja, a quienes ya he mencionado en otro post de la serie. Ellos habían conocido a una familia numerosa vasca, que al parecer llevaba el record de camping libre de la ruta y venía en sentido contrario al nuestro, es decir, del mediterráneo al Atlántico. Y esta familia les había explicado que uno de sus sitios de acampada preferidos hasta el momento había sido una pequeña pineda situada al borde del lago de Jouarres, en Homps. Ahí pasaríamos nuestra única noche de acampada libre.
Acampes o no en este lugar, toma nota: el lago es precioso pero hay muchos más, así que pasarás cerca de más de uno. Escoge el tuyo. Nosotros llegamos al lago de Jouarres cerca de las cinco de la tarde, justo cuando las nubes comenzaban a cubrir el cielo, lo que nos arruinó el baño porque el día no hacía mucho calor y en este punto ya las tres teníamos una congestión nasal de cuidado. Así que ahí nos quedamos, contemplando el lugar y sus bañistas.
Luego nos dispusimos a buscar un lugar para dormir en la pineda. Estamos convencidos de que llegamos al punto exacto en el que por varios días pernoctó la familia vasca porque encontramos toda clase de estructuras con piedras y restos de fogatas. Mientras Mauricio y yo nos instalamos, las niñas vivieron su rato de gran aventura en medio de la naturaleza: se acercaron a un viñedo que estaba a pocos metros, recolectaron tesoros, completaron las estructuras orgánicas que habrían comenzado los campistas anteriores, se maravillaron con los bicharracos y, justo esa noche que no podían ducharse, se ensuciaron como nunca con la mayor de las alegrías. Cuando las tiendas estuvieron montadas, nos acercamos a la zona de baños para asearnos y cargar agua para el campamento y cenamos en medio de la quietud más absoluta. La noche fue sin dudas la más tranquila.
Día 7. El final de la ruta: De Homps a Sallèles d’Aude
El viernes fue nuestro último día en bici. Nos levantamos temprano, desayunamos, recogimos todo rastro del lugar (salvo las instalaciones orgánicas de las niñas), pasamos de nuevo por los lavabos de la zona de baños del lago y, finalmente, regresamos al Canal du Midi. Rodamos junto a él con el placer y la nostalgia de quien dice hasta luego, pero sabe que para el próximo encuentro puede faltar más de lo deseado. Y, afortunadamente, este primer tramo del día nos regaló muchas de esas imágenes hermosas, llenas de reflejos, puentes y esclusas que esperábamos. Deseaba grabar para siempre cada escena que pasaba frente a mis ojos.
El camino, ya lo habíamos notado el día anterior, estaba en peores condiciones en este tramo final y el sol había vuelto a calentar con fuerza. En algunos puntos era simplemente imposible decidir cuál de los dos lados del canal podía ser más adecuado para las bicis aunque, a pesar de todo, Amanda aún era capaz de echar una siesta en su esquina del cajón de madera, mientras la Bullitt se peleaba con rocas, raíces y otras irregularidades. Los tramos de sombra eran largos pero se alternaban con otros en los que los árboles nos abandonaban a nuestra suerte. Los viñedos seguían rodeándonos. Las uvas estaban aún pequeñas y ácidas, pero no resistimos la tentación de probarlas. Ya aparecían algunos olivares: nos acercábamos al Mediterráneo.
Llegamos a Le Somail justo a la hora de comer. Nos recibieron el puente de Saint Marcel, del siglo XVII y un hermoso barco que es una tienda de víveres, además de unos cuantos restaurantes tentadores. Teníamos mucha hambre y estábamos bajo el sol implacable, así que decidimos que tocaba comer «como señores». Escogimos un restaurante muy agradable, Le comptoir nature, y nos sentamos en una mesa al aire libre a pocos metros del canal. Una verdadera delicia.
Las niñas comieron filetes de pechuga de pollo a la plancha, con guarnición de ensalada y melón, que fue un éxito total; yo una ensalada con magret de pato ahumado y nectarinas que estaba increíble, pero el triunfo absoluto fue el Assiette du randonneur de Mauricio. Te lo explicaría, pero mejor te dejo la foto, ¿verdad?
Yo pensaba darme por satisfecha con la ensalada, hasta que probé el sorbete de fresa de Amanda y supe que simplemente era el mejor que había comido en mi vida. Mauricio me hizo reparar en el letrero que hablaba de helados artesanos (hmmm…) y me apunté a un sorbete de melocotón, con auténticos trozos de deliciosa fruta fresca. Te digo que vale la pena la parada solo para probar los helados, aunque Le comptoir nature también ofrece habitaciones de alquiler y aseguraría que debe ser una buena opción para los que buscan más comodidad. Alquilan también botes eléctricos por hora y organizan excursiones. Los 34 euros que nos costó nuestro banquete estaban más que bien pagados, así que partimos satisfechos y contentos.
Después de la comilona retomamos el camino (¡menos mal que esta vez pedí ensalada!). Dejamos el Canal du Midi en su cruce con el Canal de Jonction, que es el que lo une con el Canal de la Robine (que llega a Narbonne y, así, al Mediterráneo).El camino es tan estrecho, que en algún momento tenía un pelotón de seis o siete ciclistas (muy high-tech ellos) que querían pasarme, pero para darles paso hubiera tenido que detenerme y tirar la bici a un lado entre la maleza.
Nos cruzamos con algún obstáculo inesperado, como desniveles infranqueables sobre dos ruedas, sobre todo en la Bullitt (¡mira las foto!), y dejamos los plataneros atrás: los pinos que nos acompañaban estaban muy lejos de ofrecer la misma sobra. A ratos nos salimos a la carretera junto al canal, en general para evitar los trechos en mal estado y, en una ocasión, porque nos cruzamos con la dolorosa escena de una tala de árboles que cortaba el paso.
Finalmente llegamos a Sàlleles d’Aude. Eran cerca de las cuatro de la tarde y aún quedaban muchas maniobras por realizar, así que dimos por acabada la ruta, aunque no la aventura. Ubicamos el camping municipal y ahí nos quedamos. Es muy pequeño (sólo 15 plazas) y está en una zona estrictamente residencial o al menos no parecía haber mucho que buscar por ahí a pie. Vamos, un sitio para dormir y poco más en principio, así que no era la mejor opción para lo que venía, pero tampoco teníamos ganas de dar más vueltas.
Escogimos un lugar aunque la recepción estaba cerrada hasta las 18:30 y, después de darse una ducha, Mauricio partió rumbo a la estación de tren de Narbonne en mi bicicleta, porque con la cargo bike hubiera sido imposible subir al tren y le convenía tener una bici para llegar de Toulouse al coche. Por lo que me cuenta, la ruta era confusa y se cruzó con otros ciclistas perdidos por el camino. Nota importante: se puede viajar con bicis en el tren pero en principio hay que reservar. Nosotros lo dejamos pasar, aunque ya lo sabíamos, y al final Mauro pudo subir por los pelos.
Mi espera en el camping con las niñas se vaticinaba aburrida, pero pronto llegaron otros ciclistas, y con ellos más niños. Abril y una pequeña de siete años llamada Maia, francesa, estuvieron viéndose y riendo durante casi una hora, curiosas e intimidadas al mismo tiempo por las barreras idiomáticas, aunque yo insistía en que eran fácilmente derrumbables. Mientras tanto, yo montaba las tiendas y las veía divertida. Finalmente, y con algo de ayuda, Maia logro comprender que Abril quería jugar a las escondidas y sucedió la magia. Abril, Maia, su hermano Esteban y Amanda no pararon de jugar hasta la hora de cenar, y por la mañana tardaron más en abrir los ojos que en reemprender la fiesta. Mauricio había llegado cuando ya dormíamos, agotado.
Día 8. El regreso a casa: De Sallèles d’Aude a Barcelona, ahora en coche
Con el regreso en coche no me voy a extender. Llegamos a Laucate y nos sorprendió la ciudad marítima que encontramos. Por un momento nos parecía estar en alguna urbanización moderna de playa de nuestra querida y añorada Isla Margarita. Mucho, pero mucho ambiente playero y deportivo. Paramos un rato en una playa infinita y al partir pasamos entre el lago y el mar. Creo que Mauricio estuvo a punto de cambiar la Bullitt por cualquier tabla que se deslizara sobre el agua. Un paraíso para los adeptos a los deportes de vela.
Seguimos hasta Perpignan, donde habíamos pensado parar, pero se acercaba una tormenta así que seguimos el camino. Decidimos que algún día volveríamos a Banyuls sur mer, aunque no conseguimos ni aparcar el coche, y finalmente nos comimos unas croques de jamón y queso que, por la hora, fue lo único caliente que pudimos conseguir además de creps dulces. Poco después llegamos a Portbou. Ya estábamos en España. Habíamos llegado a casa.
Muchas gracias por acompañarnos por este largo viaje por el Canal du Midi, en bici y con nuestras dos preciosas niñas.
Porque hay muchas cosas maravillosas
en este mundo
y a mí me encanta compartirlas
Cada 15 días escribo una carta en la que comparto 3 cosas buenas y bonitas, que creo que deberías conocer ya sea porque son buenas para la Tierra o porque son buenas para ti.
Recibe las cartas de la ecocosmopolitaQue un poco, es lo mismo porque somos una.
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